28 de mayo de 2016

Vietnam masacrado. El Museo de la Guerra de Vietnam

En el tren de Saigon a Hanoi, Vietnam, 26 de mayo de 2016


No hice ninguna foto en el Museo de los Vestigios de la Guerra de Vietnam. Por una parte me bastaba con las que  allí se encontraban y por otro lado el rubor, el respeto hacia el terrible drama vivido principalmente por los vietnamitas pero también por una parte de los soldados estadounidenses y de las otras nacionalidades que participaron en la guerra no me lo permitían. Aunque no se puede comparar el sufrimiento de unos y el de otros también entre los invasores, mandados, curritos de las armas, la mayoría perteneciente a las clases bajas hubo muchos hombres que arrastraron durante años e incluso durante toda su vida los daños psicológicos producidos por esta barbarie. Siempre se salva la élite. La élite que en este caso, como en Afganistán, Irak, Somalia... todos conocemos los lugares, invade una nación sin más, creando, inventando el escenario, con la ayuda de los medios de comunicación, que les justifique ante la opinión pública - no- pensante, manteniendo en el poder a un dictador, haciendo caso omiso de la Resolución de Ginebra y de los deseos de los ciudadanos de un país que, para más vergüenza aún no es el suyo.

Las fotografías expuestas en el museo, además de los datos, las intervenciones de jueces, militares (algunos), periodistas de diferentes medios y países dejan clara la magnitud del crimen cometido por los poderosos, tanto los que lo son desde el poder político como desde el económico. Ellos no parecieron arrepentirse.

Imágenes escalofriantes de pueblos enteros masacrados, personas huyendo, torturas, enfermedades y deformaciones físicas y mentales derivadas de la utilización de las bombas químicas, agente naranja, agente púrpura, durante dos generaciones al menos. Una nación que construir de nuevo, campos infértiles, ganado destruido, bosques muertos y que viéndolo hoy admira la capacidad para convertirla en un país, dejemos de lado ideologías, avanzado, más desarrollado que los que le rodean.
Se me acumulan las sensaciones, los juicios de valor, la visión de esta parte de la humanidad ante cuya actuación se corre el peligro de caer en el escepticismo, en la falta total de esperanza en el futuro de esta tierra nuestra.

¿Dónde está el origen de nuestro obrar ante nuestros semejantes, nuestra tierra? El poder, el dinero, la pertenencia a un grupo, una raza, la ignorancia, esa facilidad para dejar de lado lo más propio de cada uno y convertirnos en masa no pensante. Vale, pero de dónde procede? ¿Está en nuestros genes? ¿Lo hemos absorbido desde nuestra aparición en el planeta? Cuando veo imágenes como la de un marine sosteniendo las piltrafas de un cadáver, de lo que ha sido un hombre mientras se fuma un cigarrillo como quien acaba de tomarse una cerveza, o un grupo de soldados riéndose mientras torturan a un prisionero vietnamita recuerdo la teoría de Hanna Arendt sobre la banalidad del mal. Aquí se podría acudir a la ignorancia, la herencia, pero... No sé... Me encuentro superada por todo ello.
Orejeras que ciegan. Kennedy, Johnson, Nixon, Kissinger, los mandos militares, los vendedores de armamento, Rivera (ver declaraciones en Venezuela), González, Lagarde... Ciegos todos a la realidad de la vida que les rodea, a los consecuencias de sus actos. Dignos de lástima, si no fuera por el daño tan terrible que causan, por ese triste camino estrecho, amurallado, sin vistas a la vida que recorren como puros imbéciles.

Quizá una, o dos, o tres generaciones más adelante si se pusieran los medios, esos que no interesa poner. En el museo había mucha gente joven occidental, por lo general su expresión ante lo que veían era una mezcla de asombro, horror, interés y angustia. Recuerdo a un antiguo alumno que me contaba no hace mucho cómo una película que yo había proyectado en clase había sido el clic, la punta de inflexión para que sus ideas fascistas empezaran a agrietarse y acabaran desapareciendo. Es un pequeño ejemplo pero si nuestros niños y nuestros adolescentes conocieran desde el principio estos hechos históricos, si no les tapáramos los ojos ante imágenes actuales de las barbaridades que seguimos cometiendo y tuvieran también acceso a las noticias de la gente que lucha, trabaja para ayudar a que los que sufren puedan llegar a salir adelante, o que pelea pacíficamente pero con fuerza y resolución contra la injusticia y la humillación, algo que no suele aparecer en las noticias. Si por encima de tanto programa inútil y de tanto conocimiento dirigido a poner como punto principal de la existencia el poder, el dinero, lo políticamente correcto llenáramos la escuela, el instituto de realidad, de verdad, de conocimiento de nosotros mismos. Y, sobre todo, si supiéramos distinguir en nuestra vida personal lo que realmente nos importa, nos hace felices, nos lleva a sonreír, nos provoca paz... quizá entonces...

Por cierto que en nuestro país urge la existencia de un Museo de la Guerra Civil y la Dictadura Franquista. Ya, ya sé que es casi una utopía.
















No hay comentarios: