20 de mayo de 2016

Hacia Phnom Penh. Algunos datos sobre los Jemeres Rojos

Camino de Phnom Penh, Camboya, 19 de mayo de 2016


El S - 21 es el nombre del supuesto centro de detención, en realidad centro de tortura y masacre de los Jemeres Rojos durante su breve gobierno, algo menos de cuatro años, entre 1975 y 1979, en los que asesinaron de millón y medio a tres millones de personas directamente, o por las penalidades sufridas en el camino a los lugares de deportación, los trabajos forzados, la malnutrición y las enfermedades causadas por todo ello, aproximadamente la cuarta parte de la población de Camboya en aquellos años, el conocido como genocidio camboyano. Una locura, en su significado más exacto, de sus dirigentes, principalmente Pol Pot, procedentes del ambiente intelectual comunista de Francia, cuya primera idea de hacer de Camboya un país justo e igualitario se transformó muy pronto en otra imposible, incluso absurda de convertirlo en una nación con un sistema económico agrario y autosuficiente, con una población rural, sin restos de creencias religiosas en un lugar donde el budismo estaba arraigado profundamente desde al menos el siglo XII, y sin absolutamente ninguna dependencia de otros países, a lo que se añade al final de su gobierno la obsesión por buscar y liquidar al "enemigo oculto" llevando los crímenes hasta los propios Jemeres Rojos e incluso a algunos de sus dirigentes.

En el último año del gobierno de los Jemeres Rojos, antes de la invasión de Camboya por Vietnam, Estados Unidos pretendió utilizarlos como un medio de parar, dado el enfrentamiento de los Jemeres con Vietnam,  la hegemonía de este país en la región. No fue la única participación del amo del mundo Camboya, además del apoyo al régimen corrupto anterior a la llegada de los Jemeres Rojos al poder, los Estados Unidos causaron cerca de sesenta mil víctimas camboyanas en los bombardeos ilegales, ilegales porque no había declaración de guerra, liderados por Kissinger, ya se sabe, premio Nobel de la Paz, sobre el norte de Camboya a principios de los años setenta en su lucha contra el Vietcong.

Un repaso a la historia de este país hasta este mismo día en el que escribo pone los pelos de punta. Violencia tras violencia, saqueo tras saqueo, corrupción continuada, adormecimiento de la población, censura y persecución a los que disienten de las decisiones del gobierno de turno, sean del cariz que sean siempre que perjudiquen a las grandes fortunas y empresas que manejan el cotarro.
El primer ministro, Hun Sen, lleva en el poder desde 1979. Perteneció a los Jemeres Rojos y tras su huida a Vietnam y la colaboración con su ejército en la invasión de Camboya se convirtió en el ministro de asuntos exteriores del gobierno establecido por Vietnam. Cuando Camboya recuperó su propio gobierno pasó a ser el primer ministro. Implicado en casos de corrupción, durante su gobierno miles de personas han sido expulsadas de sus hogares malvendiendo sus tierras a inversores extranjeros; otro ejemplo más de la corrupción imperante en las élites del país es la desforestación creciente de los bosques camboyanos de cuya madera y especies protegidas se nutre el comercio de grandes empresas amparadas por las autoridades. Al menos un activista y dos periodistas que documentaban hechos de este tipo han sido asesinados. Pongo aquí
http://periodismohumano.com/sociedad/medio-ambiente/camboya-se-desembaraza-del-quijote-espanol-del-medio-ambiente.html
el vínculo de un interesante reportaje sobre un activista español deportado últimamente por motivos relacionados con la defensa del medio ambiente en Camboya después de doce años viviendo en este país.

Hun Sen ha sido acusado en varias ocasiones por Amnistía Internacional a lo largo de los años de su mandato, desde las primeras denuncias por torturas en 1987 a miles de prisioneros políticos, hasta, en 2015, por violaciones a los derechos humanos en la represión violenta a manifestantes, restricciones a las libertades de expresión y reunión, encarcelamiento de opositores y defensores de los derechos humanos. Aquí sigue, tras acusaciones de fraude en las últimas elecciones y a las puertas de las próximas que se celebrarán a finales de año.

Autobús a Phnom Penh. Adiós a los trayectos de tipo occidental. Me gusta este regreso a los viajes que llevan consigo algo de incógnita, no tanto como en África o ni siquiera en el trayecto por el Pamir pero de momento se parecen un poquito. La hora de salida eran las diez y media. Había poca gente en el autobús y la búsqueda o espera de nuevos viajeros, la gente se lo sabe y llegaban con toda tranquilidad billetes en la mano con veinte minutos o más de retraso, hizo que la salida se retrasara una hora más. El aire acondicionado funciona aunque en mi asiento, junto a otro con la piel de cubierta destrozada, el aparato está roto y no se puede graduar, no importa, hace calor. Tampoco me importa, incluso me agrada que el autobús se averíe y haya que esperar el arreglo. En un amplio cobertizo tres chavales se ríen cuando les voy a fotografiar, mis "secundarios" de hoy, esta vez pequeñajos, como de primer curso. Subimos de nuevo, la película que proyectan continúa entre puñetazos, llaves de kung-fu y la presencia decorativa de una guapa con una expresión en su rostro de a quien le han dicho: ponte ahí y mira hacia allá. Mala prensa para el cine autóctono este tipo de películas. Hay un par de cineastas reconocidos a nivel mundial, uno de ellos Rithy Pahn, director de películas como La gente del arrozal, presentada en Cannes, El papel no puede envolver la brasa, mejor documental en los premios de la Academia del cine europeo y S-21: La máquina de matar de los jemeres rojos, premiado en el festival internacional de cine de Chicago. Algún día cuando vuelva a Madrid buscaré un momento en que mi ánimo esté fuerte y veré esta última ya que no voy a visitar el museo que actualmente se sitúa en ese antiguo centro de tortura, tampoco iré al lugar donde estaban los campos de exterminio también convertido ahora en museo. En esta ocasión no creo que me aporten más sobre el horror del genocidio camboyano como sí me sucedió íntimamente más que a nivel racional en la que hice bastantes años atrás a Auschwitz o la que si haría, si existiera, a la del genocidio armenio.

Paramos a comer en Kampong Thom. Engullo en cinco minutos un plato de fideos con salsa y pollo acompañado del arroz siempre presente en estos meses de viaje y recuperado tras dejar Australia y Nueva Zelanda. No da tiempo ni a un helado ni a un café ni a un cigarrillo, el paciente conductor de esta mañana tiene prisa y toca insistentemente la bocina, ahora no espera nuevos viajeros.

Imágenes:
En una parada del autobús tres chavales se lo pasaban pipa mientras les hacíamos fotos.
Ya en Phnom Penh
Nuestro hotel tiene una terraza genial al lado la habitación para fumarme un cigarrito y para ver una procesión budista.
Por la noche, un espectáculo de danza en el Museo Nacional.

































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