25 de abril de 2016

Recorrido por el Parque Nacional Gunung Mulu

Parque Nacional Gulung Mulu, Borneo, Malasia, 23 de abril de 2016


Llovía como sólo puede llover en la selva. Sentados en el porche del Hostel, un edificio-dormitorio con veinte camas, veíamos, a través de la cascada que como una cortina de gruesos hilos de cristal caía desde el alero del tejado, los relámpagos que iluminaban la noche, las luces ahora mortecinas que apenas alumbraban los pasos de madera que llevaban a las dependencias del Parque y el vapor alrededor de las farolas de los pórticos de los bungalows y, sobre todo, escuchabamos, escuchábamos en medio del tronar de la tormenta el estruendo del agua inundando la tierra sobre la que habían crecido las plantas selváticas, esas que nos empeñamos en que crezcan en nuestras casas, enanitas de hojas de bordes quemados, nacidas en los viveros y en las que el rocío de nuestros humidificadores es como una gota en el océano al lado de esta descarga de agua que ahora mismo lustra las hojas, da vida y hace crecer toda la variedad de plantas enredadas, o enlazadas, o dueñas del terreno sobre otras más humildes que forman el paisaje selvático de Borneo. Hay más selvas, sí, pero no tan densas como las que estamos viendo a lo largo de los caminos o bordeando los ríos, las selvas de Nueva Zelanda, de las islas del sur de Indonesia son menos salvajes.

Llueve y no pasa nada, como en India o el sur de Asia en época de monzón, una se moja y después se seca, escurre la ropa y se sienta en el porche a contemplar este derroche de belleza.

Cuando empezó el espectáculo estaba tumbada en la cama, bajo el ventilador, leyendo Lord Jim, de Conrad. La lectura de las novelas de Conrad me engancha con tanta fuerza que me cuesta hacer cualquier otra cosa en los ratos libres, esos que forman la vida cotidiana fuera de los paseos, las caminatas, algún museo... o los quehaceres más rutinarios de decidir por donde seguir el viaje, sacar unos billetes, controlar los gastos, o buscar un hotel. Y lo bueno es que no me atrapa sólo la historia que narra, que también, sino principalmente la cadencia de las frases, su riqueza de vocabulario que corren como un río calmo por mi interior y por supuesto, la inteligente, apasionada y profunda creación de sus personajes y del mundo en que se mueven, sus deseos más fuertes, su apego a la vida, sus contradicciones, sus emociones y la presencia esencial de Marlow en todas, creo, sus novelas.

Desde el Parque Nacional Bako nos fuimos a Kuching de nuevo. Visitamos el museo Sarawak y el museo de los gatos. El primero es un museo de esos que me gustan a mí, viejillo, no demasiado iluminado, pequeño, lo cual no quiere decir que no sean interesantes, me pasa lo que con las ruinas, me viene la vena romántica y me siento más cerca de lo que me ofrecen que de lo que veo en museos más cuidados y avanzados en los que la razón, el entendimiento priman sobre la emoción. El de los gatos es simpático, con alguna información para los amantes de estos inteligentes y hermosos animales como mi Bartola y mi Peluca y multitud de imágenes gatunas procedentes de todos los medios, pintura de diversas épocas, cine, juguetes, tejidos, música... etc etc. También nos dimos un paseo nocturno por el waterfront junto al río. Ahora estamos en el Parque Nacional Gudung Mulu, un lugar totalmente selvático al que se accede en avión y que además contiene en medio de la selva otras bellezas, cuevas extensas, dos de las cuales recorrimos anteayer, los murciélagos saliendo de ellas en bandadas organizadas al atardecer y la subida a los Pinacles, de la que nos estamos reponiendo esta tarde. Los Pinacles son unas formaciones rocosas con aspecto de agujas que cuando las ilumina el sol se asemejan un poco a la estructura del cristal, algo curioso, bonito de ver, no más. Lo mejor es el camino recorrido desde el centro del Parque y el regreso. Una barca sencilla con motor nos lleva por el río hasta un camino que, ése sí, es de una belleza espléndida. Llovía como llueve en la selva, ya lo he dicho. Llovía durante el recorrido por el río y a lo largo de las dos horas y media del camino. 

Verdadera selva, ya, también lo he dicho, pero es que una está hoy un tanto alucinada y cargada de estímulos y satisfacción. Llegamos al campamento y a la mañana siguiente amaneciendo emprendimos la subida a los Pinacles, de ahí viene mi satisfacción, de cómo se comportó mi cuerpo durante la subida y la bajada. Cuatro horas y media de una ascensión dura, mil doscientos metros de subida continua por un sendero empinadísimo, de piedras, rocas y raíces. Los doscientos metros últimos se suben a base de escaleras verticales y cuerdas. Tres cuartos de hora de descanso que nos da el guía, aquí todo funciona con guías, porque después del mediodía llueve o baja la niebla y de vuelta al campamento donde dormimos y desde donde regresamos esta mañana con el mismo recorrido. 

Decía que aquí todo funciona con guías y pagando, claro. En nuestro grupo había una pareja joven de suizos, dos rusos y un holandés, nosotros éramos los abuelillos. Sólo un agradable alemán que iba en otro grupo, Jorg se llamaba, se acercaba algo a nuestra edad. El guía que aparece en la foto es el que nos llevó a las cuevas, el de los Pinacles se llamaba Undi y hacía su trabajo a la perfección, atento a las necesidades de cada uno, pacientemente y sin agobiar, atendía si era necesario en pasos más complicados o llamaba para ver cómo nos iba, pero dejándonos tranquilos sin esa tendencia de la mayoría de los guías a estar encima y dar mil explicaciones. Mañana día de descanso y después volaremos a Miri, a media hora de avión desde el Parque y desde allí seguramente a Singapur, veremos.

Hoy hay muchas fotos, paciencia para quien las quiera ver, pero el lugar merecía la pena.










































No hay comentarios: