15 de febrero de 2016

Conrad y el río Paparoa

Lylle, isla sur de Nueva Zelanda, 14 de febrero de 2016


No habría encontrado mejor momento para leer a Conrad que éste. Alberto terminó de leer Victoria, novela ambientada en la zona de Borneo y Java. Los dos tenemos muy buenos recuerdos de la escritura de Conrad y en esta ocasión Alberto estaba tan entusiasmado que me dije, voy a dejar descansar unos días a Montaigne y a Trías y me voy con Conrad a Sourabaya y a Borneo. En un rincón de una playa que nos encontramos después de abandonar el tráfico turístico de los visitantes de Punakaiki, donde se hallan las Panqueque Rocks, famosas rocas con forma de pastel de capas y que no pasaban de ser algo curioso, en ese rincón decía que, después de haberme vuelto a empapar cruzando el río paralelo a la playa, vaya costumbre la mía, comencé a leer la novela Victoria, de Conrad. La casualidad quiso que al atardecer emprendiéramos el camino de Paparoa River. Lo que en principio era un bonito camino de cuento se fue convirtiendo en una explosión de vegetación tropical, a lo largo de un río de verdes aguas transparentes que de cuando en cuando guardaban en el fondo troncos de árboles o reflejaban los acantilados de la orilla opuesta, helechos de grandes ramas, 
árboles cubiertos de musgos y enredaderas, y un bosque impenetrable fuera del camino, un tipo de vegetación que choca con las temperaturas frescas y la relativamente baja humedad de esta isla. Dos horas de camino más allá, parecía que el bosque hubiera sufrido una batalla campal entre el nutrido número de árboles que poblaban la zona, no sólo troncos y ramas caídos en lo que aún tenía visos de bosque tropical, también enormes árboles atravesados en el camino haciendo el papel de un techo de cueva o de un arco o dintel bajo los cuales impresionaba algo pasar. ¿Qué ruido habrán hecho al caer esas masas de varios metros de diámetro y muchos más aún de altura, llevándose consigo un buen pedazo de la tierra madre convertida ahora en una pared en mitad del camino? Los colores, la vegetación, el salvaje paisaje, los sonidos de los pájaros... todo me recordaba a mi lectura del libro de Conrad, parecía que en cualquier momento me iba a encontrar con Mr Heyst, el hasta ahora protagonista de Victoria.

Dormimos en una parte del camino observados por un ave que me despertó por la noche con su batería improvisada, pico contra potos dejados junto a la tienda. Regresamos por el mismo camino, era tan bonito que no nos importó repetir.

Ahora, en un camping regentado y superpoblado por las flysands, mosquitas minúsculas que pican y rondan continuamente tu cuerpo me voy de nuevo con Conrad y Victoria.






















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