17 de enero de 2016

Con Ashran por la selva de Munduk

Candikuning, en la isla de Bali, 16 de enero de 2016


Viajando así termino por sentir que el mundo es mi casa. Recorremos los alrededores de Candikuning y Munduk como si fuera nuestro entorno. Es  curioso percibir el campo de El Chorrillo y Madrid y la selva de Bali, por ejemplo, con la misma cercanía, se daría en cualquier otro lugar pero es en este momento cuando lo siento con más fuerza. Es la cotidianidad, el percibir a la gente cercana del mismo modo en que puedo sentirme próxima a la que encuentro paseando por Madrid, por la Pedriza o por las cercanias de El Chorrillo.

Ashran tiene una mirada inquietante. Es amable, correcto, charlatán y alegre cuando se encuentra con alguien conocido pero podría ser un personaje de novela de suspense con doble vida. No fui consciente de ello hasta el momento en que vi el retrato que le hice bajo el "gran árbol", un espléndido ejemplar de unos quinientos años. Me descoloca un poco y no me gustaría soñar con él esta noche.

Ayer, cuando volvíamos de Bedugul huyendo de la mafia de siempre que nos quería cobrar lo máximo que nos cuesta una noche de hotel por cruzar el lago en una canoa, caminando con los macutos, sudando bajo un sol de justicia hacia Candikuning, cuesta arriba sin tener muy claro dónde íbamos a terminar, ayer, decía, apareció Ashran en su motocicleta, paró junto a nosotros y tras una breve conversación llevada con la profesionalidad de un buen buscador de turistas, teníamos coche hasta el pueblo, y conductor para recorrer la zona de Candikuning y Munduk y para llevarnos pasado mañana a Ubud parando en arrozales, butterfly park, y no sé cuántas sitios más que añadía esta mañana, por un precio más que razonable. Nos dejó a la sombra de un árbol y se fue en su motocicleta a por su coche. Minutos después nos recogía y tras un par de intentos fallidos nos dejó en el hotel en el que nos alojamos, habitación amplia con grandes ventanales, terraza sobre el lago... Una preciosidad de lugar. Hoy, puntual, estaba en la puerta a las siete de la mañana como habíamos quedado.

Antes de que el chaparrón torrencial del día nos cayera encima, caminamos por la selva de Munduk, de cascada en cascada, entre una vegetación en la que encontrábamos nuestras plantas de casa, esas que hay que cuidar con esmero dándoles su ración de humedad y calorcito. Una bella caminata en la que hubo ocasión también de hacer algunos retratos. En el pueblo de Munduk volví a encontrarme con mis adolescentes secundarios. De todo ésto van las fotos de hoy.





























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