5 de noviembre de 2015

Viajeros hacia Osaka. Imaginemos.

Hacia Osaka. 4 de noviembre de 2015.


Sólo una treintena de personas en el barco. A veces observo a la gente y sin proponérmelo comienzo a imaginar sus vidas. Dos mujeres viajan solas, una china seria, erguida, camino de su casa y otra más joven, de rasgos occidentales que viaja con un pequeño macuto, trabaja en Japón, posiblemente en Osaka y, tomándose unos días de descanso se ha dado una vuelta por Shanghai, ahora disfruta durante horas mirando el mar. Un japonés solitario con cara de enfado sin apenas equipaje sólo aparece en las zonas comunes a la hora de las comidas, come frugalmente, ha ido a Shanghai para solucionar algún acuerdo de empresa que no ha sido muy fructífero para él y como tiene pánico a volar ha decidido regresar en barco. Hay también un grupo de jovenzuelas que por fin se han puesto de acuerdo para divertirse un tiempo en Osaka que es una ciudad con gran ambiente nocturno. Han cargado en voluminosas maletas con todos sus abalorios y ropas para estar guapas y ligar con algún japonés y de esa manera variar un poco sus relaciones étnicas. Se abrigan de pies a cabeza para salir a cubierta donde se hacen selfies continuamente. También hay jovenzuelos en el barco pero esos no les interesan.

Es que son muy jóvenes le digo a Alberto ante dos parejas que en la sala de espera para el embarque se acarician, se miran tiernamente, se sonríen con dulzura. Mira qué enamorados están, le había comentado un momento antes.  Me gusta, me serena contemplar a los enamorados jóvenes y también a las parejas de ancianos que caminan agarrados de la mano o del brazo con aspecto tranquilo, como quien no necesita expresar más al otro fuera de los detalles de la vida diaria que siguen compartiendo desde hace décadas de convivencia porque en realidad lo que sienten está ahí en esos enfados, alegrías, disgustos, reencuentros de todos los días.

En el barco somos la única pareja que entra en el bloque de los... ¿seniors, tercera edad, ancianos...? No sé dónde situarnos. Compartimos cabina con una de las dos parejas a las que me refería más arriba. Si no lo pienso me siento en el mismo grupo de edad, salvo que estén en pleno proceso de enamoramiento, claro. Cuando un espejo me pilla desprevenida me digo ¡coño! pero qué mayor soy (o qué vieja estoy, según el estado de ánimo en el que el espejo me sorprenda) y es que no me sitúo en esos años de edad avanzada. Ya se sabe que no vivimos la edad cronológica en la que las necesidades de organización social nos han tenido que colocar.. . Y me he ido por los cerros de Úbeda.

Releo y ¡vaya mezcla! Estaba en la vida de los pasajeros del barco. La pareja suiza, la que comparte cabina con nosotros, lleva a cabo su primer viaje juntos (lo digo yo, vete a saber lo que dirían ellos). Han sido lo suficientemente valientes para lanzarse a un viaje de meses con su relación recién salida del horno. Entraron en China por Kashgar, se han dado una vuelta de un par de semanas por el país y están contentos porque aún no saben lo que en el futuro próximo les espera, la personalidad de cada uno aflorará con más fuerza, intentarán disminuirla en aras de las necesidades y apetencias del otro y entrarán en la etapa del desasosiego, y entonces se acabaron las dulces caricias, los ejercicios de estiramiento mañanero compartidos y la felicidad de compartir también la comida sencilla, porque no hay pelas, y vegetariana, porque en esa línea coincidían cuando se conocieron, en la cubierta de cualquier barco o en el andén de cualquier estación del mundo o, si me apuras, en la cocina de su sencillo apartamento suizo. De momento se ayudan jugando a las cartas durante horas o fotografiando el mar, los barcos, todo aquello que en nuestras fotografías repetimos los viajeros.

La segunda pareja está en un punto más avanzado, el de la reconciliación, después de que ambos hayan hecho el esfuerzo por volver a enamorarse, ella de ese morenazo tan guapo pero, ¡ay! tan seco y prepotente, y él de esa chica tan guapa pero ¡ay! tan poca cosa en el fondo a lado de su propia valía.

Y desde el barco lo que se ve además del mar, son colores, veladuras tenues, siluetas, reflejos, todo un mundo de posibilidades fotográficas.

























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