7 de noviembre de 2015

Una estupenda entrada en Japón

Osaka, Japón. 5 de noviembre de 2015.


Y ahora la verdadera historia que no corrige la imaginada pero le añade realismo. Mi pareja del post anterior, a la que yo auguraba un futuro complicado, cosa que tanto puede ser de lo más plausible como lo contrario, son un par de aguerridos ciclistas que llevan recorridos un buen saco de kilómetros desde Suiza a Kashghar, pasando por los Balcanes, los países del Cáucaso, Asia Central e Irán. En Kashghar enviaron las bicis a Copenhague donde, después de coger el transiberiano y darse una vuelta por Moscú y San Petersburgo las recogerán para continuar su viaje de regreso a Suiza. ¡Bravo por esta gente!

Poco después de escribir lo anterior dio la casualidad de que coincidimos con David, así se llama él, en cubierta y hablamos un buen rato con él y minutos después también con Flurinda, su pareja. A partir de ahí surgió una bonita relación en la que compartimos conversación, fotos, comidas y algún que otro café. David es ingeniero y Flurinda, cuyo nombre procede de una lengua antigua hablada en Suiza y de la que ahora mismo no recuerdo el nombre, es trabajadora social.

Con la otra pareja de mi imaginación intercambiamos también fotos y algunas palabras, nada que ver tampoco con lo imaginado por mí el día anterior. Virginia y Henri son de Toulouse y aún les quedaban lugares por recorrer después de salir de Japón.

Un bonito amanecer, una temperatura inesperadamente agradable y un paso de frontera civilizado y correcto. Tuvimos que deshacer el macuto, eso sí, pero ante la amabilidad y la simpatía del policía que revisó mi equipaje y que después me ayudó a rehacerlo en medio de disculpas y sonrisas lo que pensé es que me habría tomado una cerveza con él tan a gusto.

Estamos bien en Osaka. La forma como saludan los japoneses, inclinándose ante ti, es encantadora. Hay costumbres bellas en tantos países... recuerdo el ademán de los hombres de Asia Central, por ejemplo, llevándose la mano derecha al corazón a modo de saludo.

Nuestra habitación es pequeñísima (foto más abajo). Dos futones juntos y entre ellos y la puerta un estrecho hueco donde apenas caben los macutos, un ventilador y un pequeño frigorífico. ¿Para qué más? Al lado del hotel un restaurante bien de precio y con una riquísima comida, un pequeño supermercado, dos lavanderías y el metro. Más fácil imposible. Mañana vamos a Sakurai a pasear y fotografiar el otoño.













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