13 de noviembre de 2015

Los niños japoneses, Matrix y Sed de mal

Tokio, 13 de noviembre de 2015


Desde el principio nos llamó la atención la forma de relacionarse los japoneses tanto entre ellos como con los extranjeros en la calle, en los medios de transporte y en los establecimientos en general. Parece que esa atención, cortesía y amabilidad impecables tienen su base en la cultura japonesa del deber, honor y obligación, tres conceptos conocidos como "giri". La educación familiar y escolar es muy estricta y son fundamentales el valor de la familia y del trabajo. Todo esto, sumado a la altisima densidad de población ayuda a entender en parte la extrema organización del espacio urbano, flechas que recuerdan que debes caminar por la izquierda, algo muy útil en las aglomeraciones o cuando te cruzas con las muy utilizadas bicis, el carril bici está en las aceras, prohibiciones de fumar en el centro de las ciudades con lugares reservados para ello, ausencia de papeleras y ni un papel o colilla en la calle, colas para todo... Una cultura que choca con nuestra tendencia al individualismo y a ese desorden que a veces molesta pero que también, favorece la alegría, el follón, palabra que dudo tenga traducción al japonés, de las calles.

Quiero resaltar algo que, además de llamarme la atención, me hace sentir vergüenza ante nuestra tantas veces melindrosa manera de tratar a los niños y de encerrarlos en burbujas de protección. En Tokio, la ciudad más poblada del mundo, los niños desde los seis o siete años van solos a la escuela, cogen el autobús o una de las setenta líneas de metro o ferrocarril urbano; sólo a nosotros nos llama la atención, hay un respeto mutuo entre adultos y niños en el saludo, en la forma tan natural de tratarlos, no como seres disminuidos sino como uno más de los habitantes de la ciudad que muestra su grado de responsabilidad y su verdadera capacidad como personas y no esa visión que demostramos en occidente con la que les convertimos en seres disminuidos. Y no sólo en Japón. En Turquía, en los países del Cáucaso y Centroasia, en China, niños jugando solos en los parques o en las calles, balones que han prácticamente desaparecido de los juegos infantiles en nuestro país, "prohibido jugar al balón", se lee muchas veces en las entradas de nuestros jardines o urbanizaciones. Aunque se puedan alegar causas de seguridad, no es suficiente para defender este enclaustramiento de nuestros niños en esa burbuja proteccionista. De alguna manera deberíamos plantearnos qué hacer para que evolucionen de forma natural y aprendan a vivir en la sociedad a la que pertenecen y que lo hagan desde el principio, no de repente cuando los adultos, presionados por los miedos y otros sentimientos inculcados desde fuera en nuestra sociedad, decidamos que ya "son mayores" basándonos en normas y leyes y no en su verdadera capacidad que hay que abonar, no restringir. Es claro que en este tema tenemos mucho que aprender de otras culturas a veces menospreciadas desde nuestro orgullo occidental.

Y ahora me dejo llevar por mi cinefilia. Mientras me fumaba un cigarro en el lugar permitido, en esto sí que pienso que algo se pasan los japoneses, me ha venido del magín la visión que he tenido en alguna ocasión de las multitudes chinas o japonesas como habitantes de Matrix, esa imagen que aparece en la película en que los hombres y mujeres caminan por su ciudad sin saber que nada es real, que viven en un mundo creado desde arriba en el que son meros muñecos dirigidos en la distancia, extraordinaria metáfora de nuestras propias vidas en tantos aspectos. Algo que tiene que ver también con todo lo que he escrito en mi parrafada anterior.

El movimiento perpetuo, la velocidad en que vivimos y a la que percibimos que se mueve todo a nuestro alrededor, el tiempo, los lugares por los que pasamos en nuestro viaje, los años... algo sobre lo que escribe Alberto en su post último y que acabo de leer. Y como mi escritura de hoy me sale así, encadenada, y a toda velocidad, me voy de nuevo al cine y a la obra de arte que es Sed de mal, la película de Orson Welles rodada en continuo movimiento, no sólo la famosa escena inicial, una sola toma de cámara durante no recuerdo cuántos larguísimos minutos siguiendo al mismo tiempo a los personajes principales, a los que van a dar lugar a toda la trama y por si fuera poco al cargado ambiente de la noche en ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos, no sólo esa escena, decía, sino toda la película en que los personajes están en perpetuo movimiento, casi nunca (no lo recuerdo exactamente) se sientan, y que transmite, en buena parte por ello, una sensación de agobio y de presión consustancial a la historia que nos hace permanecer dentro de ella, sin respiro hasta el final.

De nuevo el otoño en Kyoto a lo largo de un paseo junto al río en Arashiyama. Antes, por la mañana, visita al Museo de Arte Moderno, añado los datos de la instalación de Dominique González-Foerster porque creo que son imprescindibles para el visitante occidental. Esas y dos instantáneas de los párvulos yendo al parque son las fotos de hoy.



















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