5 de noviembre de 2015

La experiencia de viajar. Nos vamos de Urumqui.

Urumqui, China, 21 de octubre de 2015


Una de las mejores experiencias que aportan los viajes es la adaptación a las distintas y pequeñas costumbres de cada país, cuesta un poquito cambiar de hábitos al pasar de un país a otro de manera parecida a lo que sucede cuando hay que cambiar repentinamente de idioma y se tiende a mezclar las palabras de una u otra lengua. Hemos comido durante tiempo los platos de Asia Central y antes los turcos. Pasamos de los kebabs a las sopas contundentes y ahora a la gran variedad de la cocina china; de los tenedores a los palillos, de los aguamaniles a las servilletas de papel y de éstas a tener que sacar un kleenex en un buen restaurante y no tener que chuparte los dedos tras haber comido unos deliciosos langostinos con salsa dulce. Los dolmus en Turquía se convirtieron en mashurkas (ya no recuerdo cómo se escribía) a partir de Georgia y aquí en autobuses controlados por policías y escaners, los taxis compartidos para ir de una ciudad a otra pasan a utilizarse por los turistas fuera de temporada para ir a lugares naturales considerados interesantes. Los velos y las túnicas tras los que se ocultan las mujeres se convierten en pañuelos y faldas hasta los tobillos y posteriormente en tocados y trajes típicos para desaparecer y dar paso a la vestimenta occidental. Y no digamos lo que sucede con las mujeres fumadoras, tan pronto "las mujeres no fuman" como lo hacen medio escondidas en un rincón de la ciudad o en el banco de un parque o finalmente en libertad aunque sean pocas. 
"¿Dónde se puede fumar?" es la pregunta habitual que debo hacer en cada hotel al igual que mirar qué hace la gente o si hay ceniceros en los restaurantes. He fumado en azoteas, en la recepción y en la calle junto a la puerta del hotel, asomando la cabeza por una ventana, me he negado a fumar en la habitación cuando era el único lugar permitido y el hotelero insistía en ello... ¿Y las colas? A veces existen distribuidas medianamente en varias que intentan ser una al llegar a la ventanilla correspondiente, otras son totalmente rígidas y hay lugares donde simplemente la gente desconoce su existencia. Quizá sea lo que más me cueste. Alberto me tiene que avisar a veces acerca del gesto de cabreo que se me pone al intentar pagar en un establecimiento o sacar un billete o que respeten eso de "dejen salir antes de entrar" o, más todavía, cruzar una frontera. Sé que no sirve para nada, como tampoco sirve intentar razonar con la gente, pero ya estoy tardando en habituarme.

Lo mismo sucede con los hoteles, con esta vida errante que llevamos no hay manera de mantener unos hábitos hasta que no te encierras en la habitación. En el guesthouse en el que estamos en Urumqui la obsesión es la luz eléctrica. En cada interruptor hay una nota diciéndote que apagues la luz, bien, eso no cuesta, otra cosa es cuando tengo que salir y debo buscar los interruptores tanteando la pared y pedir en recepción que enciendan la luz porque no encuentro el que debo utilizar para abrir la puerta de la calle. Ha habido de todo, desde la frialdad de un hotel grande en el que eres uno más simplemente a aquellos como el de Baku, en Azerbaiyán, en el que la hotelera nos quería organizar la vida y entraba sin llamar en nuestra habitación; desde la tertulia por gestos mientras fumaba con los responsables del hotel de Diyarbakyr a la antipatía rallando en estúpido mutismo en uno de los hoteles de Batumi, en Georgia, o a sentirte casi en familia en la modesta casa donde compartimos una habitación también en Batumi; desde la encantadora casita con jardín de un pueblo de Cerdeña del que no recuerdo el nombre hasta el sucísimo y destartalado "hotel" de Istaravshan, en Tayikistán. 

Para el recuerdo quedan escenas concretas que se mantienen a lo largo de los años, eso sucede, por ejemplo, con la imagen de un efebo japonés hace dieciséis años en la puerta de la habitación de un hotel de Urumqui. Supongo que mantendríamos alguna conversación con él pero sólo recuerdo su imagen y algún escrito de aquel momento que creo debe de estar en mi blog Caminando por Asia.

Ésta es otra de las experiencias bonitas, no sólo lo que recuerdas cuando repites lugar sino el saber que alguna de las que vives ahora se guardará entre tus recuerdos como si fuera una fotografía.
Mañana último día en Urumqui, por la noche cogemos un tren a Liuyuan y desde ahí un autobús a Dunhuang donde esperamos disfrutar de las dunas del desierto de Gobi.

Las últimas fotos son del Museo Estatal de Xinjiang.

















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