18 de septiembre de 2015

Reflexiones en el tren. De Aktau a Khiva

Khiva, Uzbekistán. 15 de septiembre de 2015


Las anécdotas del viaje se vuelven en esta ocasión hacia la base y el origen de nuestro sentir como viajeros, de nuestra vivencia del viaje, una vivencia enriquecida por el contacto con otras personas, con el paisaje que vemos tras la ventanilla del tren, con. la lectura de la historia de estos países que hemos empezado a recorrer hace cuatro días.

Un gran cambio al pasar la frontera de Azerbaiyán con Kazakhstan. Cambio en mi percepción de lo que me rodea, como si poco a poco se abriera algo en mi interior que me lleva a dejar que las sensaciones que vivo en estos días me inunden lentamente. Difícil de explicar, si alguien lee estas líneas probablemente no vea demasiada diferencia entre lo relatado en posts anteriores y lo contado ahora, y es que muchas veces vivimos de anécdotas que se quedan en la superficie y en otras ocasiones hechos aparentemente parecidos entran por nuestros sentidos y como una esponja nuestro interior se empapa del significado, primero emocional y después racional que en esos momentos se ha adueñado de nosotros de tal manera que el viaje físico que llevamos a cabo se convierte, creo que ahora definitivamente, en un viaje interior.

Viajar es comprender, dice Thoreau. Comprensión en su significado de estar cerca, de estar en compañía, añado yo ahora, no sólo de unas personas con las que has viajado durante muchas horas sino también de esas otras a las que has tratado unos minutos, de aquellas de las que vislumbras su existencia a partir de la lectura de la historia, el modo de vida, la características de un territorio y sus habitantes, Asia Central en este caso, o de un documental, esta noche ya en un hotel, sobre las milicias femeninas kurdas que luchan en Siria.

Rashin, su pareja y sus dos niños vienen de Osetia donde han estado trabajando durante dos años y ahora regresan a Urgut, cerca de Samarkanda. Rashin es un hombre joven muy abierto y sociable, sin proponérselo ha servido de hilo conductor en nuestra relación con otros viajeros. Su mujer, Shaxnaza, me ha regalado un bolsito hecho por ella para que la recuerde cuando lo abra.

Un hombre mayor, sordomudo, viaja con su mujer, es una persona entrañable, es al que mejor entendemos, su habilidad para comunicarse con gestos deja a la altura de los talones al resto de los contertulios. Tranquilo, amable, cariñoso incluso, transmite paz. Todo lo contrario del borrachín, un kazajo alcoholizado que no para de hablar aunque no le entendamos y el resto del pasaje acabe por no escucharle, salgo a fumar al descansillo y me sigue y me habla y me habla sin parar demasiado cerca a causa del tambaleo provocado por el tracatrá del tren y agudizado por el alcohol que lleva en el cuerpo, así que viendo que va a ser todas las veces así opto por acercarme a la ventanilla contraria y mirar el paisaje. Su mujer aparece con cara de pocos amigos y le echa una bronca de padre y señor mío. No hace falta entender lo que dicen ni verles, basta con el tono de ella de no aguantar más y el de él cada vez más bajo para darse cuenta de quién va a ganar en la discusión; finalmente la mujer sale bruscamente del descansillo y medio minuto después él la sigue en un intento vano de equilibrar la derrota con su hombría. Hay veces que me imagino la vida de las personas que me encuentro en un restaurante, un hotel o un tren como en este caso y me monto su historia a partir de lo que observo, lo cual puede aproximarse a la realidad o alejarse en gran medida de ella, pero podrían ser la base de algún relato como hice con el libro que escribí al volver de uno de los viajes por Latinoamérica. Quizá salte la liebre cualquier día tranquilo y consiga volver a escribir.

En Aktau habíamos cogido un tren hasta Kungrad donde dormiríamos para a la mañana siguiente tomar otro a Urgench y allí un taxi, único medio de transporte, a Xhiva. 

Veintiocho horas de viaje hasta Kungrad. Nuestros billetes eran los últimos, nos tocaron dos literas superiores separados por cuatro compartimentos. Los trenes de Kazakhstan y Uzbekistán son como el que cogimos en Tbilisis para ir hasta Baku. Limpios, luminosos, un pasillo separa los grupos de seis literas. Me gusta viajar en tren, es más tranquilo y cómodo que en los autobuses. En esta ocasión algo más incómodo por el calor y, sobre todo porque el paso de frontera nos pilla de noche lo que conlleva que nos despierten en dos ocasiones. Golpecito en el brazo, descenso de las literas y ahí nos tienen a todos, sentados compartiendo los bostezos mientras con toda calma primero los kazajos y después los uzbekos recogen pasaportes, los miran, se los llevan y nos dejan esperando una o dos horas. Los uzbekos además dedican su tiempo a registrar equipajes, pedir más papeles y a incordiar porque en realidad no buscan nada, hacen que la gente revuelva sus pertenencias mientras miran sin ver cumpliendo con una norma que parece no ir demasiado con ellos o en plan chulo queriendo demostrar su altura frente a esos viajeros insignificantes a los que mantienen bostezando y sentados en sus literas hasta que tengan a bien terminar su importante tarea.

Estamos entrando en Uzbekistán, un estado claramente policial, una dictadura disfrazada de democracia en la que los partidos de la oposición han sido o ilegalizados con alguno de sus líderes en el exilio o acallados. Para coger el segundo tren, en Kungrad, pasamos por cuatro o cinco controles de pasaporte y billete, el primero para entrar en la estación que está vallada y cuyas puertas se abren sólo para los viajeros y el último cuando el tren se pone en marcha. Los cambios de dinero en el mercado negro, por el doble del valor oficial. Regateos para coger un taxi o para pagar un hotel. La entrada a la ciudad vieja de Khiva cuesta lo mismo que una comida en un restaurante normal, con cerveza, postre y café incluidos. Trampa para vendernos una Sim para el móvil porque está prohibido que las compañías telefónicas las vendan a extranjeros. La historia de Uzbekistán en el último siglo ha sido en muy buena parte causante de este disparate de país.


Imágenes:
Khiva, la ciudad antigua.
Una boda en la ciudad antigua de Khiva, primero con los chicos y después con las chicas.
Calles de Khiva.
El regalo de Shaxnaza y mis fotos con ella y el amigo sordomudo.



















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