18 de febrero de 2015

Recordando viajes (ahora que no viajo) Las Hurdes 2ª parte




Sierra de Gata. Tras una fuerte subida monte a través llegamos a la zona cubierta por la nieve. El paisaje es cada vez más hermoso. Desde la cumbre del Cotorno de las Berroqueras se divisa la llanura de Salamanca con Ciudad Rodrigo descollando sobre los demás pueblos; al otro lado, los caseríos de Cáceres y al fondo, muy lejos, Gredos embellecido por la neblina y cubierto de nieve. Descendemos casi rodando, la nieve nos llega en momentos hasta la cintura. La noche nos sorprende ante un panorama de paredes y cortados, imposible encontrar el camino a El Gasco. Dormimos atados a una roca. El cielo está colmado de radiantes estrellas.
Al amanecer descendemos ayudados por la cuerda. Por fin encontramos el camino que nos lleva hasta El Gasco. Frente a nosotros se divisa una vertiente recortada en pequeñísimas parcelas cultivadas aprovechando al máximo la tierra a pesar de la dificultad del desnivel.

El Gasco. "El Gasco es lo peor de la zona", nos habían avisado en otros caseríos. El recibimiento es insólito, los chavales nos saludan a pedrada limpia desde arriba del monte. El entorno es opresivo, cuerpos traumatizados por la enfermedad, rostros que reflejan problemas mentales, ambiente marcado por un atraso cercano a la barbarie. Dos mujeres nos hablan de muertes, de enfermedades que retienen a sus hombres en casa, de muchos hijos, algunos de ellos con taras importantes. Un lugar olvidado por el mundo.


De Martinlandrán a Aceitunilla. A Martinlandrán llega la carretera, lo que supone un cambio radical respecto a El Gasco a pesar de los pocos kilómetros que hay de una población a otra. Después de comer una exquisita ración de cabrito asado continuamos hasta El Cerezal donde trabamos conversación con unos mozos de Aceitunilla que, procedentes de Suiza, pasan unos días en su pueblo; nos tomamos unos cubalibres con ellos y nos acercan en el coche a Nuñomoral. Nos cuentan que han pasado catorce años trabajando en Suiza.Ya es de noche cuando llegamos. En un bar propiedad de una pareja alquilamos una habitación. Por la mañana cogemos la carretera sin asfaltar que lleva a Aceitunilla, la luz acentúa el blanco del rocío que cubre la tierra, una fiesta para la vista. La gente baja a misa a Nuñomoral, a la vuelta nos encuentran tumbados disfrutando del sol. Una anciana se empeña en que somos Testigos de Jehová, han aparecido por estos pueblos pero la gente los echa porque según ella "rechazamos lo nuevo y porque han causado mucho daño separando matrimonios y creando malos quereres".

Aceitunilla. (Han pasado cuarenta años y aún tengo grabada la escena que vivimos en el bar de este pueblo.) Los chavales nos han seguido por el pueblo hasta un bar; cuando se marchan queda ante nosotros una niña de ocho o nueve años. Tratamos de hablar con ella sin conseguirlo. Nos damos cuenta de que no sabe hablar y de que apenas ve, pero lo peor es que demuestra un gran sufrimiento, Gime, se le saltan las lágrimas. Me da la impresión de que, a pesar de la opinión del dueño del bar, su problema no es de retraso mental sino de imposibilidad de poder expresarse. Según nos cuentan, no sé si será cierto, el Cottolengo había dado a elegir a los padres entre llevar allí a la niña o darles 1500 pesetas y los padres habían optado por esto último, lo preferían o lo necesitaban.



Dormimos en el monte, por la mañana nos despiertan los hombres que van a varear los olivos.

Riomalo de Arriba. Atravesamos monte de nuevo hasta llegar a Riomalo de Arriba. Un vecino nos cuenta de sus esfuerzos en solitario por solucionar problemas del pueblo, tiene conciencia de la necesidad de cambio pero no encuentra ayuda en sus convecinos. Nos dice que es un enamorado de su tierra, de los canchales, de las piedras y de los pocos olivos que hay pero reclama su derecho a tener agua en casa, teléfono, televisión y carretera.


Ladrillar. Un hombre mayor, unos setenta años, nos lleva a un bar, está cerrado y avisa al dueño para que nos atienda, mientras viene nos cuenta que "Camilo Alonso Vega vino una vez por aquí y mandó edificar unas casa todas iguales, las que se ven por detrás del bar, y que están deshabitadas u ocupadas por madrileños en vacaciones porque no sirven para el ganado" Por lo visto el buen Camilo, por entonces Ministro de la Gobernación, visitó Las Hurdes pero se quedó en Ladrillar. El Gasco, Riomalo... no existían para él.

Cabezas. Se terminó la sencillez, la charla fácil y hasta esos cabritos tan deliciosos. Aquí cada uno vive su mundo. En el bar el alcalde, con aire prepotente y aspecto caciquil, nos pide la documentación.

Regreso a Madrid. Cabezas, Las Mestas, Riomalo de abajo, Sotoserrano. Se nos acaba el viaje. Continuamos en autostop en varias etapas hasta Sotoserrano, un pueblo precioso con un prado estupendo para tomar el sol. Muy buen recuerdo del pueblo, de su gente y, sobre todo de la familia dueña de la posada, una mujer dulce y delicada y unos niños encantadores.

31 de diciembre de 1975
Paisaje de niebla y escarcha desde el autobús. Este viaje ha supuesto un contacto directo con la fría realidad, no sirven de mucho los libros, las películas o las fotografías al lado de esta visión directa de Las Hurdes.


15 de febrero de 2015

Recordando viajes (ahora que no viajo) Las Hurdes 1ª parte



En 1975 yo era un mar de dudas sobre el conocimiento de mi verdadera personalidad, sobre mi capacidad para elegir en libertad y luchaba y luchaba para desprenderme y superar más de veinte años de sumisión y entrar en una nueva vida, una vida mía por encima de tantos prejuicios y tanta tutela que habían mermado mis aptitudes para analizar y decidir cómo quería realmente vivir y qué era en verdad significativo, lo que merecía la pena desde mi propia visión del mundo y de mis circunstancias más cercanas.

En diciembre de ese año Alberto y yo cargamos nuestros macutos y emprendimos un viaje por Las Hurdes en autoestop y a pie a partir de Plasencia a dónde llegamos en tren. Aquí transcribo parte de mi crónica de aquel viaje con la principal intención de iniciar, aunque quizá esto no tenga continuación, la recuperación de mi pasado viajero del que he aprendido tanto.

Parte de aquellas Hurdes estaban más cerca del documental de Buñuel, Tierra sin pan que, por supuesto, de la actualidad. Esta visión, Franco acababa de morir, pertenece a los años de la dictadura, el abandono en el que había estado durante el Régimen se mantenía.


21 de diciembre de 1975
Salimos de Madrid con dirección a Las Hurdes. Después de unos días en que me encontraba muy cansada y los problemas se agrandaban, la necesidad de marchar de la ciudad para leer, descansar, pensar y aprender a ver más objetivamente estos problemas era fuerte.

Un R4 nos recoge a la salida de Plasencia. Al fondo, entre la neblina, aparece la Sierra de Gata; a la derecha la Sierra de Béjar muestra sus colores de atardecer: pardos, azulados, dorados, algunos blancos modelados por la nieve. El coche nos deja en Aldeanueva del Camino. Los niños juegan al escondite en la plaza, no me importaría dar clase en un pueblo como éste. Mi pereza puede conmigo y en lugar de dormir bajo la luna alquilamos una habitación en uno de los bares.

Guijo de Granadilla. Charlamos un rato con un zapatero que lleva cincuenta años “metiendo la mano donde todo el mundo deja el sudor”. Los viejos toman el sol y al atardecer juegan la partida. Parecen más satisfechos que los que viven en la ciudad, están en el lugar al que han pertenecido toda la vida rodeados de sus amigos y de sus enemigos, y del recuerdo.

Mohedas. Un pueblo de casas blancas, calles estrechas unas empedradas y otras embarradas. En el bar nos miran un poco como bichos raros. Una anciana con mirada pícara nos dice: ¿Qué os traéis entre manos? El maestro se acerca a charlar con nosotros. Está deseoso de que sepamos que le han publicado en algún periódico varios artículos sobre la evolución del pueblo desde que él llegó. Se siente orgulloso de su labor pero... “La memoria y los conocimientos son la base de la cultura. La vida debe girar en torno al dinero. El dinero lo es todo. Olvídate de tus ideas y vive para ti, dentro de unos años pensarás como yo”.
Muchos de los chicos del pueblo se han marchado a trabajar a la ciudad. Las cátedras de Sección Femenina siguen viniendo de vez en cuando a dar cursos de cocina, bordados... En el bar todos son hombres.
Por la mañana intentamos inútilmente que la encargada de la boticamerceríatiendadealimentación nos entienda que queremos Desenfriol.
Una anciana nos invita a bollos en la puerta de su casa:
­ ¡Venga! Que ya se ha muerto Franco y nos los podemos comer con libertad.
Es la primera persona a la que oímos expresarse así. Nos ofrece una cama “siempre que estéis casados”.
Fotos de calles, casas, viejos, niños que salen sin mocos porque su madre se los limpia “para que queden bien en la foto”.


Somos observadores, meros turistas que curioseamos en medio del atraso de estos pueblos.

Casar de Palomero. En la plaza hay un estanco donde dan comidas. Todo muy cuco. Sonrisas hipócritas y conversación insulsa con la dueña. Palo a la hora de pagar. Como si estuviéramos en el centro de Madrid. Gente ricachona de un pueblo humilde que quiere engañar a los forasteros, así que hicimos lo que pudimos: llevarnos una pastilla de jabón, un cepillo del pelo y un almirez (cuando regresamos a Madrid le enviamos una postal de “explicaciones”).
Mal sabor de boca al abandonar el pueblo.
Un 600 nos dejó a un kilómetro de Caminomorisco. A partir de aquí el viaje lo hacemos a pie.

Caminomorisco. Primera impresión: deprimente. Salimos dejando al pueblo dormido, pagamos a ojo la pensión y después de cruzar Pinofranqueado, y a lo lejos La Muela llegamos a Robledo acompañando a un hombre que hacía su viaje en burro.

Robledo: Gente sencilla. Nos hablan de lo duro de la tierra y no comprenden como “dejamos lo bonito para ir a lo feo”. Gente alegre. Están con la matanza y preparando las castañas. Comemos alrededor de una hoguera en una habitación sin apenas luz, pero ¡qué comida! Cabrito cocinado en el fuego, aceitunas de la tierra y queso de cabra. La conversación gira en torno a la juventud que abandona el pueblo y a los sueldos de la gente que trabaja el campo.


Castillo: A siete kilómetros de Robledo éste es el primer caserío propiamente hurdano que visitamos. La gente parece recelar al principio, pero poco después la desconfianza ha desaparecido y ha dado lugar a una familiaridad y un ambiente que hacen que esta Nochebuena sea de las más bonitas que he vivido, en el bar del alcalde la conversación llega hasta las once de la noche, la cena unas patatas guisadas, galletas y algún trozo de turrón con el alcalde, su familia y algunos otros vecinos del pueblo.
El gobierno ha repoblado la zona con pinos cuyas raíces se comen la tierra, por esta repoblación pagan intereses todos los vecinos del pueblo, a las dos cortadas les darán el producto. El gobierno se comporta aquí como una empresa privada que quiere hacer negocio.
El alcalde es un hombre listo y preocupado por los problemas del pueblo; el cura vive en Horcajo y nunca va por Castillo; el maestro empieza las clases el lunes por la tarde y las termina el jueves, de vez en cuando lo deja y se va a tomar una copa al bar o a dar una vuelta, parece un hombre amargado, los vecinos le dan cosecha y matanza. Se vive de lo que se produce, apenas se compra.
A la mañana, después de dar una vuelta bajo un tenue sol, salimos en dirección a Erías y Aldehuela. Castillo es el caserío más bonito encontrado hasta ahora, sus calles empinadas y estrechas y sobre todo sus recovecos y cruces de callejuelas, la plaza es un pequeño rincón con árboles y el suelo de tierra y piedra, allí está el rebaño de cabras del pueblo preparado para ir monte arriba a pastar.




Aldehuela. Un ambiente inesperado. Desde la noche anterior los hombres del pueblo están de fiesta, no han dejado de beber y aún continúan. Emigrantes, legionarios, vecinos que no habían salido del pueblo más que para hacer el servicio militar, un tipo que no se lavaba desde hacía años con uñas y orejas totalmente negras y el alcalde, amarillo de borrachera. El ambiente rezumaba una alegría ficticia y un fondo de tristeza. La gente se desvivía de palabra con nosotros: cenaréis aquí, dormiréis en mi casa... pero a la hora de la verdad nadie se acordaba de lo que había dicho. Nos fuimos a dormir al porche de la escuela. Se nos cerraban los ojos cuando aún se oían el pandero y las voces de la fiesta.
Es un pueblo muy pequeño y muy pobre. El caciquismo y la explotación son visibles.




Dejamos Aldehuela a primeras horas de la mañana con la, como se verá más tarde, cándida idea de cruzar la Sierra de Gata y llegar por la tarde a El Gasco.


14 de febrero de 2015

Feliz cumpleaños


¡Feliz cumpleaños, querido anónimo! Quizá no seas un gran aficionado a la ópera pero este regalo es imposible que no te guste.

2 de febrero de 2015

Evolución y muerte. T.S. Eliot y Fauré



El pico Mondalindo en Valdemanco

En su poema Animula, Eliot habla de la evolución del alma y de la muerte, fin último en este caso teñido de su religiosidad, pero a mí me transmite más el tránsito del espíritu, de nuestra sustancia personal a lo largo de la infancia, de la juventud y de la madurez. También la muerte, inevitable en la lectura de los últimos versos, esa muerte a la que nos aproximamos desde el momento en que nacemos. Aunque me estorba algo su carácter religioso y, en estos momentos, su visión triste de la vida, ello no niega un profundo contacto con los sentimientos sombríos que rondan muy a menudo nuestra existencia.


 Animula

"Brota de la mano de Dios el alma sencilla"
a un liso mundo de luces cambiantes y ruidos,
a lo luminoso, oscuro, seco o húmedo, helado o tibio;
moviéndose entre las patas de mesas y sillas,
subiendo o cayendo, agarrándose a besos y juguetes,
avanzando osadamente, alarmándose de repente,
retirándose al rincón de brazo y rodilla,
empeñada en ser tranquilizada, complacida,
en la fragante brillantez del árbol de Navidad,
complacida en el viento, la luz del sol y el mar;
estudia los soleados arabescos del suelo,
y los ciervos que corren en torno a una bandeja de plata;
confunde lo real y lo fantástico,
contenta con naipes y reyes y reinas,
lo que hacen las hadas y lo que dicen los criados.

La pesada carga del alma creciente
me desconcierta y me molesta más cada día;
semana tras semana, me molesta y desconcierta más
con los imperativos de "es y parece"
y debe y no debe, deseo y dominio.
El dolor de vivir y la droga de los sueños
enroscan a la pequeña alma en el asiento de junto a la ventana
detrás de la Enciclopedia Británica.

Sale de la mano del tiempo, el alma sencilla
indecisa y egoísta, malograda, tullida,
incapaz de seguir adelante o retirarse,
temiendo la cálida realidad, lo bueno ofrecido,
negando el importunar de la sangre,
sombra de sus propias sombras, espectro en su propia tiniebla,
dejando papeles desordenados en un cuarto polvoriento;
viviendo por primera vez en el silencio después del viático.

Rezad por Gutiérrez, ávido de velocidad y fuerza,
por Boudin, estallado en pedazos,
por éste que hizo una gran fortuna,
y aquél que se fue por su lado.
Rezad por Floret, muerto por el podenco entre los tejos,
rezad por nosotros ahora y en la hora de nuestro nacimiento.

Poemas de Ariel (1927-1954)


Jardín Botánico, Madrid

El Requiem de Fauré no dramatiza la muerte, en él no está presente el temor, el miedo que solemos llevar dentro, en él no incluye el Dies irae, el horror a la ira de Dios y, por el contrario, está más presente el sentimiento de paz, descanso y tranquilidad que alberga el último movimiento: In paradisum. Decía: "Se ha dicho que mi Réquiem no expresa el miedo a la muerte, y ha habido quien lo ha llamado un -arrullo de la muerte-. Pues bien, es que así es como yo veo la muerte, como una feliz liberación, una aspiración a una felicidad superior, antes que una penosa experiencia.”



    In Paradisum deducant te Angeli;
in tuo adventu
suscipiant te martyres,
et perducant te
in civitatem sanctam Jerusalem,
Chorus Angelorum te suscipiat,
et cum Lazaro quondam paupere
aeternam habeas requiem.

Que los ángeles te conduzcan al paraíso;
que a tu llegada te reciban los mártires
y te guíen a la ciudad santa de Jerusalén.
Que un coro de ángeles te reciba
y con Lázaro, otrora pobre,
goces de eterno descanso.