24 de noviembre de 2013

Libros y gusanillos



Ayer estaba ordenando el pequeño caos que se había formado en las estanterías de los libros de viajes, algo revueltos por las veces que las someras, todo hay que decirlo, limpiezas a lo largo de años habían formado cuando un gusanillo se despertó dentro de mí. La guía de Australia, regalo de nuestros hijos en el último intento, fallido, que hicimos por volver a viajar, algún libro de Kaplan, las hojas sueltas que arrancábamos a las guías de Lonely Planet para no cargar con el libro entero, recorridos de montaña de diferentes partes del mundo, unos usados y otros sin llegar a estrenar, un tocho sobre la flora y la fauna de Pirineos... ¡Cuántas vivencias o deseos se han acumulado en estos vasares (vasares: homenaje a mi amigo del alma al que le gustaba especialmente esta palabra casi perdida en el tiempo)!




De repente me vi volviendo a hacer el macuto, cogiendo un avión y plantándome en un lugar indefinido, caminando entre gente de otras latitudes, esperando pacientemente autobuses, pasando fronteras, escribiendo de nuevo casi compulsivamente como lo hacía durante nuestros viajes. Me vi caminando por montañas, sintiendo mis piernas y sintiendo el chorreo de sudor que me empapaba el rostro y se me metía en los ojos cuando aún llevaba lentillas y me incordiaba un montón. Me vi intentando identificar un pájaro, una planta.

Alpes

Mauritania

Sentada en el suelo, ante los libros recién ordenados, orden que les había devuelto a la probabilidad del olvido, a la quietud y al futuro polvo de lo que ya no se usa, de lo que ya no sirve, me detuve un momento, miré hacia la ventana y volví a la realidad. Una supuesta realidad, claro, como suele ser cuando está imbuida de nostalgia, dudas sobre lo que hacemos, experiencias, sentimiento de la cortedad de la vida. Recordé la última imagen de la película Rey de corazones, de Philippe de Broca, un film de calidad olvidado y poco conocido, en la que Jean Claude Brialy (cómo me gustan esos ojos pícaros de Brialy) encuadrado por el marco de la ventana del manicomio en el que está recluido dice “Los viajes más hermosos son a través de la ventana”. Y volví a preguntarme si lo que sentía era nostalgia o deseo de salir de mi calentito y placentero rincón chorrillense en el que vivo como viven los locos de la película de Broca. Dejé los vasares, sí, los vasares, ordenados, me levanté y puse los pies en la tierra, vamos sobre la alfombra y me acordé de mis gatas, ¿me esperarían si las abandonaba durante tiempo?

Bartola


Los gusanillos hacen cosquillas pero no hablan, así que les dejaré tranquilos, no les molestaré para que no se vayan y quizá algún día les llegue el don de la palabra y me digan adiós o por el contrario se muestren revoltosos y me hagan abrir el armario donde guardo el macuto, las botas o los prismáticos.