30 de junio de 2013

Reflexiones viajeras: Mallorca




Viajar sola significa estar de verdad conmigo misma. No pienso en mí, me siento. Me acostumbro a vivir conmigo y encuentro placer en ello. Aprendo a quererme porque dejo libres mis sentidos.

Veo el fuego, lo sigo, siento su calor, oigo el silencio de los demás, veo su pelo rizado y sus ojos azules, ojos que punzan con toda su carga como una aguja, pero suave y sin dolor, casi cosquilleante.

Apenas se habla. Tienen su mundo particular, dentro. Sobre todo ella. Flota por la casa sin apenas hablar. De cuando en cuando esparce una sonrisa que atrae por el contraste con su casi permanente seriedad.


Sentimientos nostálgicos con sabor a río, a playa.



24 de junio de 2013

Armonía. Imposible llamarla





Hay ocasiones en que un poema me gusta por su ritmo, o por el sonido de sus palabras, o por lo que dice. Otras veces llega más adentro porque me emociona, o porque gracias a él descubro algo nuevo, o incluso porque me llena de angustia su amargura o su desaliento. Pero... ¡ay si una armonía, una melodía común existe entre él y yo!



Imposible llamarla.
Yo no dormía. Ella
creyó que yo dormía.
Y la dejé hacer todo:
ir quitándome
poco a poco la luz
sobre los ojos.
Dominarse los pasos,
el respirar, cambiada
en querencia de sombra
que no estorbara nunca
con el bulto o el ruido.
Y marcharse despacio,
despacio, con el alma,
para dejar detrás
de la puerta, al salir,
un ser que descansara.
Para no despertarme,
a mí, que no dormía.

Y no pude llamarla.
Sentir que me quería.
Quererme, entonces, era
irse con los demás,
hablar fuerte, reír,
pero lejos, segura
de que yo no la oiría.
Liberada ya, alegre,
cogiendo mariposas
de espuma, sombras verdes
de olivos, toda llena
del gozo de saberme
en los brazos aquellos
a quienes me entregó
- sin celos, para siempre,
de su ausencia-, del sueño
mío, que no dormía.

Imposible llamarla.
Su gran obra de amor
era dejarme solo.

Pedro Salinas
La voz a ti debida
1934