1 de julio de 2010

El Chorrillo




Llegamos a El Chorrillo hace veintiún años. En los años anteriores vivimos en la casa del maestro, pero aquel año el ayuntamiento decidió transformarla en casa de niños y tuvimos que marchar. Así que la compra de la casa nos pilló por sorpresa y no teníamos un duro ahorrado. Reconozco que lo mismo habría sucedido si no hubiera existido ninguna urgencia porque el dinero que entraba en casa era gastado rápidamente. De esta situación se derivó la necesidad de vivir con lo mínimo y fue así como más de la mitad de nuestra parcela se convirtió en huerta, nuestros hijos renunciaron a la paga semanal, nosotros al café y al wisqui, vendimos las cámaras fotográficas y el laboratorio y las pocas veces que salíamos al cine nos llevábamos a Madrid un par de bocadillos que comíamos en el coche o en los jardines de la plaza de España cuando el tiempo era bueno. De lo que no prescindimos fue de viajar: Granada, Galicia, Picos de Europa, donde una piedra fortuitamente  y mal pisada por uno de nuestros hijos fue a parar a la nariz de Alberto rompiéndosela, y al año siguiente, Carrión, Picos de nuevo, Somiedo, Pirineos. Pasados esos dos años, cansados los cinco (porque los chavales colaboraban también un montón en la huerta) de tanto trabajo de hortelanos y más repuestos económicamente, llevamos a los abuelos a París y Venecia en nuestra furgoneta y yo aprendí a montar en bici recorriendo el Danubio y el Tajo.







Ahora tenemos de nuevo una huerta, pequeña, para los dos que quedamos en casa y la parcela está llena de hierba y flores. Hemos empezado a reparar y poner más bonita la casa y construimos un estanque con peces, plantas acuáticas y una cascada. Cuido de la huerta, de las flores, paseo por los caminos cercanos a la casa a los que siento como míos, como una prolongación de la parcela. Estoy tan a gusto en El Chorrillo que ni siquiera tengo ganas de viajar.


Hace poco menos de un mes murió mi suegro. Decidimos incinerarle y cada familia de hijos y nietos plantó un rosal sobre sus cenizas, fue entrañable y emotivo, los biznietos pequeñajos ayudando a plantar su rosal, todos reunidos en una cena de despedida al abuelo frente a una gran mesa que montamos junto al estanque. En unos meses haremos lo mismo con los restos de la abuela que yacen en el cementerio del pueblo. Es hermosa una relación así con la muerte, hermosa, natural y cercana. 



El Chorrillo forma parte de mi vida, mucho más que los otros lugares donde hemos vivido. No querría que se vendiera nunca esta casa, sí que mis cenizas formen también algún día parte de esta tierra en la que se han hecho mayores mis hijos, donde yacen mis perros, en la que he evolucionado tanto como persona, de la que he disfrutado y en la que he sufrido malos momentos de los que no reniego porque me han hecho vivir aún con mayor fuerza.




3 comentarios:

rubén dijo...

No sé si se viaja para lograr encontrarse.Pessoa decía que la debilidad de la imaginación justifica que uno tenga que trasladarse para poder sentir,que los viajes son los viajeros, que lo que vemos no es lo que vemos sino lo que somos.
Cuesta mucho encontrar "la casa", la que te reconoce, la que le devuelves con la punta de los dedos por las paredes la traquilidad que te dá.Me alegro de que os encontrárais.
Besos

Noches de luna dijo...

Creo que viajar puede ayudar a encontrarse, pero de la misma manera que caminar por la montaña o estar sola en casa durante un tiempo, más si esa casa está en contacto con la naturaleza. Y es así porque, efectivamente, los viajes son los viajeros, tanto si en ese viaje nos movemos físicamente como si permanecemos quietos.

Besos

Alberto de la Madrid dijo...

A mí me encanta Pessoa, pero era tan pesimista, tan aislado en el prístino mundo de su imaginación. Pero no es posible encontrar todo en la imaginación, de la misma manera que matando un segundo, un tercer tigre, como él decía, se acabe la aventura para siempre. Sin embargo es verdad también lo contrario, que los viajes son los viajeros, y algo más, claro; yo creo que es más bien cosa de que cada uno encuentre el modo de llegar a esos destinos que son como apariciones que una vez sentidas en lo hondo, uno necesita acercar a sí mismo, ponerse en camino; unos lo harán bailando toda la vida sobre la mesa camilla de su casa, como decía Anaïs Nin, otros... etc.