13 de enero de 2010

De Serbia a Montenegro



17 de septiembre, primer día en Montenegro

Poco que contar de Serbia. Bela Crkva, es la ciudad de la abuela Anka que nos encontramos nada más entrar. Nada que reseñar. Los serbios son más secos, más adustos. Vamos a Belgrado con una cierta ilusión, ya estuvimos aquí cuando Guillermo tenía un año, pero no sé si porque nos pilla algo cansados o porque el ambiente es diferente, los serbios, aunque correctos tienen un carácter más seco, más adusto, el caso es que en estos primeros días Serbia nos decepciona un poco. En Belgrado nos encontramos con una dificultad enorme para aparcar, sólo queríamos dar una vuelta y cometimos el error de acercarnos demasiado al centro; esperábamos encontrar un aparcamiento de pago pero fue imposible; al final dejamos el coche en un lugar en el que el tiempo máximo era de tres horas, así que visita rápida. Un paseo por el parque de Kalemekdam, con la fortaleza como lugar más significativo, el lugar donde se unen los ríos Sava y Danubio y por la calle Knez Mihailova, donde alternan los edificios históricos con las tiendas y los cafés, el ambiente es agradable, el propio de las calles peatonales de las grandes ciudades. No es una ciudad que me enganche a primera vista, supongo que sería diferente pasando unos días en ella.


Por primera vez en nuestro viaje, la suerte que hemos tenido para encontrar sitios solitarios y bonitos para dormir nos abandona; es casi de noche y nos aventuramos por una camino que parece finalizar algo más lejos de las poblaciones, pasamos casas y más casas (esto está pobladísimo) y nos quedamos en un rinconcito detrás de un maizal (¡cuántas noches hemos pasado junto a maizales!), en la oscuridad se oyen las voces de los habitantes de la casa más cercana al otro lado de una fila de arbustos y árboles.


Al día siguiente: sorpresa. El paisaje cambia y de los maizales eternos pasamos a una zona preciosa de colinas, valles, tonalidades que indican la llegada del otoño; la belleza del paisaje aumenta a medida que nos acercamos a Montenegro. Dormimos en un sitio precioso junto a un río, allí me sobrecoge la lectura del capítulo de Un puente sobre el Drina en el que se narra la tortura, el empalamiento y la muerte de un personaje, Radislav, de una manera sobrecogedora, escalofriante, me cuesta reponerme y seguir.