24 de mayo de 2009

Olor




Tengo un olfato muy poco desarrollado. A primera vista puede parecer que tiene sus ventajas, pero es una opinión ésta ciertamente vulgar. Jean Baptiste Grenouille, el personaje de El perfume, por ejemplo. Convierte su vida en un arte, un arte personal que, por encima de consideraciones éticas o morales, le lleva a una existencia plena, interesante y, lo más importante, construida por su propia mente y sus propias manos.
No es fácil perfeccionar el olfato en una sociedad tan limpia e inmaculada como la nuestra. Los ambientadores han unificado el olor de las viviendas, de los automóviles; las campanas de las cocinas evitan el olor de la grasa; es difícil recuperar el olor de los pueblos, el estiércol, los orines de las bestias; las ratas ya no mueren en las casas. En realidad casi nadie, salvo algún pájaro, muere en casa. Tampoco nosotros. Nos llevan a asépticas habitaciones de hospital donde sólo huele a indiferencia.
A, que por cierto murió sin disfrutar de su olfato, se quejaba insolente y estúpidamente del olor a cebolla que desprendía mi ropa un día en que apareció por casa y me encontró cocinando unos apetitosos calamares encebollados.
Ya no desprendemos olores más que en la más pura intimidad. O al menos eso intentamos, no queremos llamar la atención ni presentarnos como unos bichos raros que se salen de las normas del buen gusto. En realidad hemos perdido irremisiblemente la posibilidad de complacerse en ese olor que conforma la propia peculiaridad de nuestros cuerpos. Aquello que nos iguala a todos. Pero también el que nos diferencia. Últimamente B había cambiado de olor, era un olor más penetrante. Recuerdo el olor metálico de C. ¿Por qué esa característica del metal asociada a ese olor? Es claro que esa diferencia de olor entre C y B es parte de su propia consistencia humana, de su idiosincrasia, de su personalidad más oculta y más íntima.
¿Realmente el olor de una persona refleja su interior? Se concentró, tomó aire y comenzó a oler. Si así fuera quizás podría encontrar a esa persona cuya magia pudiera llegar a formar parte de ella misma.



23 de mayo de 2009

Esta es una plaza


La pasada semana me di una vuelta por Esta es una plaza. Allí me encontré con un huerto en pleno crecimiento, un teatrillo, árboles, hamacas, un puesto de trueque y un grupo de jóvenes quitando piedras y preparando el terreno para terminar de convertir un solar abandonado en un lugar abierto a todo el que quisiera disfrutarlo. No había ido nunca, sólo lo conocía por fotos a través de Escrito en la pared y la propia página de esta gente de todas las edades que estaban trabajando para conseguir un punto de naturaleza, verdor y convivencia en el barrio de Lavapiés. De un día para otro, sin avisar, las máquinas (Ayuntamiento, Comunidad?) han arrasado todo. Quizá una elección entre facilidad para aparcar o disfrute y convivencia vecinal, quizá un regalo a una empresa constructora que así se ahorre la contratación de un espacio para amontonar material. Me da pena que una asociación de vecinos heredera, al menos teóricamente, de otras que lucharon durante años, en situaciones mucho más difíciles, por la convivencia en los barrios haya colaborado directamente en la desaparición de Esta es una plaza. Aquí hay algunas fotos del antes y después del trabajo de las máquinas.
Más en la página Esta es una plaza.







18 de mayo de 2009

Mi casa...




Para Lucía y Quique

Llevo más de dos meses sin apenas salir de casa, culpa de mi pie que aún no trabaja como debería. Lo que me molesta es la dependencia que me crea la situación, no el estar en casa. Mi casa forma parte de mí, y yo formo parte de ella. Cada habitación, cada rincón, cada detalle tiene su historia, su imagen, su vida pasada recreada en el presente. Nuestra casa la hemos hecho entre todos, entre los cinco; físicamente añadiendo tabiques, abriendo ventanas y puertas, poniendo suelos, construyendo muebles, decorando las paredes con nuestras pinturas y fotografías; espiritualmente compartiendo alegrías y problemas y viviendo soledades melancólicas o dolorosas; cuando una casa cambia y lo hace bajo la mano directa de sus habitantes, se crea una relación muy cercana entre ambos.

Mi casa está llena de vida, aún quedan en las paredes del taller restos de las frases escritas por Mario; en el pasillo, un tríptico fotográfico hecho por Guillermo muestra el momento en que cada uno posó, con expresiones de sorpresa ante la magnitud de sus pertenencias, el día en que vaciamos los cajones que, bajo las camas, sirvieron para guardar todo lo que al marcharse de casa no habían podido llevar consigo.


Esta es nuestra cuarta casa desde que vivimos juntos. Las casas pierden su vida, mueren, cuando se vacían. El piano, la chimenea de hierro, los sillones de mimbre, los juguetes, los libros… van arrancando a trocitos su existencia.

He pasado alguna vez delante de nuestras casas y he sentido algo de simpatía hacia lo que representaban pero no más. Existen sólo en el recuerdo, y en él están llenas. Las lámparas fabricadas con botellas de cerveza o cáscaras de coco de nuestra primera casa, en Madrid, la de los años rompedores con todo, los años de búsqueda de libertad, los años solidarios, una casa compartida con amigos y gente del barrio, ruidosa, casi nunca limpia, por cuyas habitaciones Guillermo aprendía a andar en medio de aquel alboroto de casa con una chichonera que evitaba un descalabro por los golpes que se daba cada dos por tres.

Nuestra casa de Gedrez. El piso superior de la escuela, la terraza que cerramos y en la que construimos una chimenea. Dos años difíciles, aprendiendo a convivir en una etapa en que esa dichosa búsqueda de la libertad ponía muchas dificultades, desasosiego, lágrimas, miedo. Llovía, el cielo permanecía encapotado durante meses. En el verano del segundo año nacieron Lucía y Mario; mis padres, los amigos fueron pasando por ella a lo largo del verano: vacaciones, un lugar ideal para pasar unos días. No aguantamos mucho, echábamos de menos Madrid, nos cansamos de tanta lluvia y regresamos.


Y de nuevo una casa-escuela en un pueblo de Madrid. La casa y el jardín eran un remanso de paz alejado del vivir cotidiano del pueblo. Fueron años de mucho viajar, en los fines de semana, en las vacaciones la cambiábamos por nuestra casa rodante: las playas, Europa, India, Egipto, Grecia, Israel, Turquía y por las caminatas: los paseos por España estudiando los cinco a los pájaros y a las flores, Alpes, Picos de Europa, la travesía de Pirineos de punta a punta. Aún viajábamos todos juntos, cuatro años después, ya en El Chorrillo, comenzaría la liberación de cada uno en la búsqueda de una vida independiente.



Estos recuerdos van para Lucía y Quique, que dejan su casa de Lavapiés con un poquito de pena y un mucho de ilusión; al fin y al cabo crear un entorno nuevo es bonito y divertido.






1 de mayo de 2009

Opiniones de un payaso


Anoche terminé la lectura de Opiniones de un payaso. Siempre lo he relacionado con mi padre, creo recordar que le gustaba especialmente. Yo lo leí hace muchos años y no recordaba nada en absoluto de su trama; lógico, porque apenas existe. Nada más pasar la última página lo que me queda es el retrato de un personaje tierno, sensible, sincero, decidido a continuar en la brecha y a vivir. Un enamorado de la vida que es capaz de asimilar sus penurias y, sin abandonarlas, tomar partido por la vida en un maravilloso final cinematográfico en el que le veía con toda claridad bajar las escaleras, dirigirse a la estación, sentarse en el tercer escalón, colocar su sombrero junto a él, poner el último cigarro en el sitio adecuado y rasguear su guitarra. No sólo lo veo, oigo sus pasos, las voces de los viajeros que celebran el Carnaval, el rumor de su sombrero al depositarlo sobre el escalón. Y si no fuera por mi casi ausencia del sentido del olfato podría percibir los olores de la estación como le sucede a él con los que exhalan sus conversadores telefónicos.
Después, cuando mi razón se pone a trabajar llego a lo que llamamos el fondo; en este caso el desprecio por una Iglesia que destruye la verdad que cimienta una religión, por la hipocresía, banalidad y vulgaridad de una clase social enriquecida y que ha adaptado los años del nazismo a su vida diaria mediante el silencio y la superficialidad.



Sin embargo hay mucho de ternura en su relación con la mayoría de estos personajes a los que pide ayuda para salir del agujero en que se encuentra, un agujero más existencial que económico; los humaniza a través de sus reflexiones, todos revelan incoherencia y de un descontento ante su vida personal.

Hermosa la visita del padre, debatiéndose ambos entre la defensa de la necesidad o del rigor y la comprensión o el afecto hacia el otro.

Y queda Marie. Presente en todo momento. Aparentemente representación no sólo de la pérdida de su amada, sino de la inevitable demostración de su idea del amor marcada por una religión y por unas pautas sociales que por otra parte rechaza. Aunque no es tan sencillo ¿el sentimiento de posesión no ya del cuerpo de Marie, sino de sus gestos, costumbres, actuaciones que antes recibía él y ahora recibe el católico marido, la acusación de adúltera, es la consecuencia de un influencia religiosa y social que subyace en él? ¿o es que pone por delante el compromiso personal fuera de toda norma? ¿Es la derrota en la lucha entre el respeto a la libertad de ella y su necesidad de posesión?


Lo que vive Hans Schnnier es lo que vivimos todos; nuestros propios problemas y nuestra particular pelea por dilucidar las nada nítidas fronteras entre lo que creemos ser y lo que nos viene dado. La entrega a la vida por encima de los palos que nos da. Quizá la vida sea la auténtica amada del payaso, no sólo de Hns Schnnier, sino de cualquier payaso, de ahí la magistral elección del personaje por parte de Böll.