22 de abril de 2009

Caminando por Asia





Hoy inauguro un nuevo blog: Caminando por Asia. En él recogeré lo que escribí hace unos años durante un viaje por China, Pakistán, India, Bangladesh, Nepal e Irán. Es una bonita manera de recordar y de dar forma física a estos apuntes.

14 de abril de 2009

Así me siento



“Sale de la mano del tiempo, el alma sencilla
indecisa y egoísta, malograda, tullida,
incapaz de seguir adelante o retirarse,
temiendo la cálida realidad, lo bueno ofrecido,
negando el importunar de la sangre,
…”
El tiempo pasa suavemente, sin molestar, cuando las cosas marchan, cuando la vida es sencilla y las únicas preocupaciones son las futilidades del día a día. De pronto el alma sale de la mano del tiempo, no le reconoce, no sabe si marcha deprisa o despacio, permanece en un espacio atemporal, sólo se siente a sí misma. Y se siente como en el poema de Eliot, mezcla de indecisión y de fortaleza, de un salir fuera de sí y de un agarrarse a lo cotidiano con la esperanza inconsciente de recuperar la tranquilidad, sin ver claro un camino flanqueado por el miedo, la debilidad, el desconocimiento que pueda conducir a lo que es en realidad la vida, esa cosa extraña que decía ayer Andrés Aberasturi en el poema dedicado a su hijo. Sí, es una cosa extraña la vida. Y la sangre empuja al alma conducida por el cuerpo, y éste se agarra a las funciones elementales: comer, dormir, y a las que rige la costumbre: intentar leer, escribir, mirar las hojas verdes del aligustre tras el cristal de la puerta de la habitación donde reposan el cuerpo y el alma esperando, esperando, incapaz de pensar, esperando palabras, hechos que la conduzcan de nuevo al tiempo, al tiempo suave, quizás al engaño de una tranquilidad a la que tiende como defensa, quizás, simplemente a otro momento, a otro espacio de la vida, peleando con esa perturbación de la sangre que la arrastra al miedo, a la angustia, a la zozobra, a la debilidad. Esperando, esperando.


6 de abril de 2009

Inocencia. La pesada carga del alma creciente



Anímula

“Brota de la mano de Dios, el alma sencilla”
a un liso mundo de luces cambiantes y ruido,
a lo luminoso, oscuro, seco o húmedo, helado o tibio;
moviéndose entre las patas de mesas y de sillas,
subiendo o cayendo, agarrándose a besos y juguetes,
avanzando osadamente, alarmándose de repente,
retirándose al rincón de brazo o rodilla,
empeñada en ser tranquilizada, complacida,
en la fragante brillantez del árbol de Navidad,
complacida en el viento, la luz del sol y el mar;
estudia los soleados arabescos del suelo
y los ciervos que corren en torno a una bandeja de plata;
confunde lo real y lo fantástico,
contenta con naipes y reyes y reinas,
lo que hacen las hadas y lo que dicen los criados.
La pesada carga del alma creciente
me desconcierta y me molesta más cada día;
semana tras semana, me molesta y desconcierta más
con los imperativos de “es y parece”
y debe y no debe, deseo y dominio.
El dolor de vivir y la droga de los sueños
enroscan a la pequeña alma en el asiento de junto a la ventana
detrás de la Enciclopedia Británica.
Sale de la mano del tiempo, el alma sencilla
indecisa y egoísta, malograda, tullida,
incapaz de seguir adelante o retirarse,
temiendo la cálida realidad, lo bueno ofrecido,
negando el importunar de la sangre,
sombra de sus propias sombras, espectro en su propia tiniebla,
dejando papeles desordenados en un cuarto polvoriento;
viviendo por primera vez en el silencio después del viático.

Rezad por Guitierrez, ávido de velocidad y fuerza,
por Boudin, estallado en pedazos,
por éste que hizo una gran fortuna,
y aquel que se fue por su lado.
Rezad por Floret, muerto por el podenco entre los tejos,
rezad por nosotros ahora y en la hora de nuestro nacimiento.

T.S.Eliot
Poemas de Ariel