13 de diciembre de 2008

Un amigo

Para Conrado





Hace un par de días recuperé a un amigo al que ya consideraba perdido. Un amigo al que, en momentos difíciles, le bastaba una llamada de teléfono para acudir simplemente a cogerme la mano en silencio. Pero no sólo me unía a él esa prontitud para estar a lado del que necesita el calorcito humano de la amistad, también era su conversación, la posibilidad de compartir temas de muy diversa índole, la oportunidad de aprender de su conocimiento, de su experiencia; cómo disfrutaba de aquellas charlas sobre literatura, arte, política, viajes, paseos… sobre todo cine y música (gracias a mi amigo descubrí a Shostakovitch) y, como decía él en una de sus cartas: “hablar de dudas, de inquietudes, de sentimientos encontrados o sin encontrar, de porqués, de por qué no, de realidades aparentes, de realidades posibles, de realidades no posibles, de certezas, de imposibles, de sueños, de vigilias... De uno mismo y del que está enfrente”.



Estoy feliz de volver a encontrarme con un amigo cariñoso, acogedor, tierno y cercano.

4 de diciembre de 2008

Gomorra





Hace unos días vi Gomorra. Entre los momentos más impactantes de la película uno se grabó en mi ánimo como un sentimiento hiriente que aún ahora no desaparece. Es la escena en que dos jóvenes disparan frenética y compulsivamente en la playa. Dos jóvenes marginados, no ya del mundo acomodado en el que vivimos una parte de los habitantes del planeta, más aún y más dolorosamente marginados de lo sustancial del ser humano. Desgajados de la humanidad dejan transcurrir la vida sin poder acercarse a una mínima conexión entre el razonamiento, el sentimiento, el placer íntimo; sin tiempo para escuchar qué hay dentro de ellos mismos. Llevados a sus actos por una espiral de violencia en la que sólo reina el instinto más primario que busca, por puro instinto, sin que medie un atisbo de deliberación, una pasión, un goce momentáneo que oculte toda la miseria de su existencia. En ningún momento me produjeron una sensación de repulsa. Pasaba de la impresión de lejanía, como quien ve un ser por completo ajeno, al dolor, a la rabia, a la conmiseración. No hay un solo momento de descanso en la historia de estos personajes, su continuo movimiento, incansable hacia un punto que en realidad desconocen, la actividad por la actividad, la vaciedad incluso en la escena más humana cuando uno de ellos baila aparentemente feliz en un chiringuito de la playa en un pequeño descanso entre violencia y violencia y violencia. No pueden escapar, es imposible porque no tienen un contrapeso mínimo de afecto, de inteligencia, de experiencia diferente; eso que viven es lo único que conocen, rayan en la bestialidad, y están solos. Son los únicos personajes de la película que no dejan entrever un ápice de humanidad en su vida. Humanidad en el sentido de pertenencia al género humano; parece que persiguen el poder, el dinero pero éstos no son más que artificios que ocultan la nada de sus vidas.

Un sentimiento hiriente, decía; hiriente porque era la constatación de que hay personas a las que se les ha negado todo. El resto de los hombres, niños o mujeres que aparecen en la película optan en un instante fugaz entre la vida o la muerte, entre la amistad y la seguridad, entre el dominio y la sumisión. Ellos no.

Pocas veces he atravesado la puerta del cine, he salido al ajetreo de las calles, he caminado con una impresión mayor de triste perplejidad.




15 de noviembre de 2008

¿Dónde están los niños?

Naranjo de Bulnes



Gijón





A mi compañero de viaje por la vida le llamaban la atención en su último peregrinaje por tierras gallegas y castellanas la ausencia de niños en las plazas de los pueblos por los que pasaba. Para ver niños en las calles hay que asomarse al balcón una tarde noche en el barrio de Lavapiés y disfrutar de un partido de futbol entre seis o siete chavales de distinta raza y procedencia disputándose el balón al fresco de la noche veraniega de una calle cualquiera. Es lo que tenemos más cerca. Si queremos ver más tendremos que viajar a algún país africano, latinoamericano o asiático (y no todos) donde las calles están repletas de niños, hombres y mujeres, música, colores… vida en una palabra. Los nuestros están bajo cobijo delante de la videoconsola, el ordenador o la caja tonta. A mayor nivel de vida más tendencia a la comodidad, más estímulos individuales de los que disfrutar cada uno en su propia habitación, muchas veces ni siquiera en compañía de otros amigos. Sí, también en los parques, los niños más chiquititos o de la mano en fila de a dos acompañados por su maestra saliendo del metro de Embajadores, o a través de los ventanales de un burger celebrando un cumple. Y es que nuestros niños respiran poco aire puro. Están muy cuidados, aparentemente; a modo de ejemplo, en Canadá, en un camino preparado para caminantes de todo tipo y protegido del torrente por una valla, un cartel ordena a los padres que lleven a los niños de la mano. Recuerdo a mi hijo Guille corriendo por la playa de Gijón o pasando el sarampión entre la nieve de Gedrez. O junto a Lucía y Mario cruzando el desierto argelino cuando apenas sabían andar, caminando por Picos de Europa o Pirineos o subiendo a Massada en pleno mes de julio; de ello aún quedan restos en la cabaña de Valdemanco donde Mario y Paula construyen y trabajan aunque nieva o caigan chuzos de punta. Me veo, en fin, de pequeña, a mí y las chicas del barrio jugando en la calle a los alfileres mientras los chicos competían con las chapas disfrazadas de futbolistas. Quizá parece pura nostalgia pero es pura realidad.





Cuzco





Delhi





Kashgar



8 de octubre de 2008

Shara



La emoción. El dolor escondido durante años surgiendo con una fuerza brutal en el momento en que éste toma la palabra de forma inesperada; el primer beso sobre unos labios aún fríos por el dolor; la costosa entrada en el mundo de la alegría y la exaltación por medio de la creación: la pintura, la preparación de un festival pleno de colorido tras el aguacero; unos ojos húmedos y una sola lágrima ante el advenimiento de una nueva vida. Esto es Shara, de Naomi Kawase. Esto y el rumor de los árboles mecidos por el viento, el martilleo de una herramienta, el ruido de las calles y el sonido del silencio. La belleza de lo cotidiano por encima de los grandes acontecimientos, del aria Pourquoi me réveiller del Werter de Massenet cantada por Charles Castronovo esta madrugada gracias a las buenas noches de Josep Rumbau en su blog. La belleza que más allá de las caídas de las Bolsas y de las elecciones de Estados Unidos nos llena de vida y nos eleva el ánimo, porque ella es la que realmente llega a nuestro interior, a lo más profundo de nuestra alma.

22 de julio de 2008

No hay ningún fin





No hay ningún fin.



Ni siquiera sabemos por qué estamos aquí, pura necesidad de otras personas que nos trajeron a la vida por instinto.

Por tanto sólo hay dos caminos: hacer desaparecer esa vida que nos dieron sin saber para qué o darse un paseo por ella. Tal vez la diferencia, sentir o no sentir, sea lo que hace que nos quedemos.Y si decidimos esto último, o damos el paseo andando o nos subimos al carro a ver el paisaje desde él. Otra opción.

Algo hay en mí que me empuja a caminar, aunque sea a gatas en muchas ocasiones, o arrastrándome con vergüenza.


Así pues: caminaré.


Me nacieron sola. Como a todos, excepto a los gemelos, y esa es otra historia, una soledad dividida entre dos iguales.


Peor aún.





Tanteamos durante los primeros años, picoteamos, buscamos no se sabe bien el qué y un día nos toca caminar con alguien y elegimos (o eso creemos). Pero... siempre nos dijeron que ese caminar llevaba consigo un certificado de seguridad. Nos engañaron. Un buen día te das cuenta y te alegras: ¡qué bonito! Es diferente, es original, es un reto... Sigues engañándote: no es un juego.

Decides? y tiras, o así te lo crees, las pantuflas, el mando de la tele, la tele entera, las fiestas familiares, la coquetería, las ideas religiosas, el sólo tuya, la cama matrimonial, el fútbol, el festival de eurovisión, la literatura romántica, el aburrimiento, el sillón-bol, la política, las revistas del corazón, La gran familia, La familia y uno más, a Marx, la prensa, los Reyes Magos, la Navidad, los viajes organizados...

No es un juego.

Es duro.

Es real: me nacieron sola.

Además (¿peor?): no tiras simplemente: sustituyes sin darte cuenta.

El reto une aparentemente. Y tal vez no aparentemente. Pero mira por dónde el camino es ancho y está lleno de gente, de paisajes, de historias, de juegos, de problemas, de alegrías y, lógicamente, a la primera de cambio esa persona con la que caminas y tú misma se fijan en algo diferente. No importa, te dices: más diferencia, más originalidad, más reto, más juego. Crees que siempre habrá un hilo que te una al otro. Como las cadenas extensibles de los perros.



Un día tiras y el hilo está a punto de romperse, o al revés: tira el otro y pasa lo mismo.

Tal vez no se rompa, pero mientras esperas a ver qué pasa... pfff, ni sabes hacia dónde moverte, hacia dónde mirar, qué tocar, qué besar, con quién hablar... y te dices: tranquila, obsérvate, no racionalices, sólo mírate... y... joder, ¡qué vértigo! dónde me agarro si el hilo se rompe, y te sientes como si ese hilo ya se hubiera deshecho en un montón de finísimas hebras. Todas las que conformaban ese hilo.



Y entonces vuelves al principio:

“No hay ningún fin. Ni siquiera sabemos por qué estamos aquí, pura necesidad de otras personas que nos trajeron a la vida por instinto.

Por tanto sólo hay dos caminos: hacer desaparecer esa vida que nos dieron sin saber para qué o darse un paseo por ella. Tal vez la diferencia, sentir o no sentir, sea lo que hace que nos quedemos.”

De nuevo debes elegir (o creer que lo haces).

No sé la continuación.







21 de julio de 2008

Despertar

La despertó la alarma del móvil. Iba a levantarse pero su cuerpo se negó, dio media vuelta y tras varios intentos consiguió colocar las piernas de forma que el hormiguillo que sentían a veces no evitara el regreso del sueño.

Pasó media hora, las piernas se estiraron, los brazos abarcaron el ancho de la cama, lentamente sus ojos se abrieron y su cuerpo sintió el viento refrescante que entraba por la ventana abierta.



Se levantó sabiendo que las primeras horas del día estarían dedicadas a ese cuerpo remolón al que no le había dado la gana de levantarse a la hora convenida. Y es que una cosa son las decisiones nocturnas en las que sólo participa el cerebro y otra los impulsos del resto del cuerpo, y por la mañana esa parte del cerebro que tiene un nombre tan feo, neocortex, estaba en inferioridad respecto a sus piernas, sus cervicales y ese estómago que había aumentado en el afán de ella de aprovechar la comida que él, en su ausencia, no utilizaría y que iba a caducar.

Se dirigió a la biblioteca, puso música y comenzó con los ejercicios de rehabilitación.



Sonaba el piano de Erroll Garner. Un ritmo de rápidos saltitos que ya le hubiera gustado ser capaz de reproducir en el piano, pero sus dedos también decidían por su cuenta y eran tardos, pesados, poco ágiles. Los de Erroll se animaban cada vez más, hasta que, cuando aquél ritmo llegó a su cúspide, pasaron a unos fuertes y resueltos acordes que demostraban claramente que sabían lo que hacían y estaban orgullosos de ellos. Golpeaban con furia el piano divertidos, cambiaban a un ritmo solemne pero no menos alegre y decidido, hasta que se perdieron en una escala rápida justo cuando ella terminaba de poner al día sus cervicales. El segundo track era un arreglo del tema principal de Casablanca. Este bandido de Erroll la sacaba de su rutina y la transportaba a años atrás cuando esas notas y la escena de la despedida de Ilsa y Rick en el aeropuerto eran el leit motiv, una especie de símbolo (un poco manido, tenía que reconocerlo) de su relación con X. Mientras estiraba los músculos de la espalda sentía cómo se encogía su estómago y se le calentaba el corazón.

Hacía un año que había recibido su última carta; luego ella le escribió un par de veces sin obtener respuesta y le había felicitado por su cumpleaños como todos los años, tanto en los que mantenían contacto como en aquellos en los que no sabía nada de él. Por aquellos días había muerto Antonioni, de ahí el título de su correo: Blow Up. Siempre, a lo largo de casi ocho años de intermitente correspondencia habían utilizado títulos de películas al dar nombre a sus cartas. Se sentó en una silla y estiró y encogió los músculos de las pantorrillas. Erroll seguía machacando su piano, golpeándole con energía y decisión cuando se vistió pero pronto, mientras preparaba el MP3 y se calzaba para caminar hasta el pinar, los dedos de Erroll se independizaron y rebotaron sobre las teclas de uno en uno y sin ilación, de nuevo a pequeños saltos; recordó que se había propuesto bailar todos los días porque la divertía y porque decían que era bueno para mantenerse optimista, lo había olvidado, demasiado picoteo en unas cosas y en otras, nunca se centraba en un par de temas, siempre tenía varios libros empezados y a lo largo del día intentaba, además de tocar el piano, estudiar inglés, escribir, escuchar música y ver cine.



Erroll había dejado de tocar cuando abrió la cancela y salió al camino. Acababa de pasar al MP3 una obra de Doris Lessing, El cuaderno dorado, que no había encontrado en las librerías el año anterior cuando viajó por Sudáfrica.

Era domingo y el camino del pinar parecía la Gran Vía; una pareja corriendo, varios ciclistas, algunos paseantes acompañados de sus perros y cuatro motos que la llenaron de polvo y cortaron el diálogo entre Ana y Molly, los personajes de Lessing, al mismo tiempo que en la novela eran interrumpidas por Richard, el exmarido de Molly. Dudó en volver a pasear en domingo, le gustaba la soledad de sus caminatas del resto de la semana, raramente se encontraba con alguien. Cuando llegó al pinar un grupo de jóvenes salían de allí vociferando, con las camisetas en la mano y el aspecto de haber estado corriendo una buena juerga durante la noche entre pinos y eucaliptos; se oían voces al fondo del bosque y prefirió darse la vuelta, siempre tenía reparo en encontrarse con la gente joven del pueblo.


Cuando abrió de nuevo la cancela, Molly y Richard habían dejado de echarse en cara cada uno la vida del otro y habían pasado a discutir sobre la conveniencia del tipo de educación que Molly estaba dando al hijo de ambos. Los perros salieron a su encuentro y a punto estuvieron de tirarle los auriculares al suelo. Revisó el veneno de las ratas comprobando feliz que se habían zampado todo, abrió la puertecilla del programador y puso en funcionamiento los aspersores para comprobar si continuaban funcionando correctamente.





Consideró lo cercanos que estaban los personajes de Lessing, incorporaban características que se daban en la mayoría de las personas que conocía. El hombre (o la mujer) ocupado, para el que el trabajo, el dinero es fundamental y que añora, aunque no lo reconozca o no sea consciente de ello, la libertad de tener tiempo para él mismo, o la valentía para salir de lo manido, de lo aceptado y hacer aquello que puede ser considerado por la mayoría locura, excentricidad, pecado. La mujer (o el hombre) que vive aún los restos de una ideología que ya no existe, que también se cierra a lo nuevo, al cambio aunque lo haga desde una ¿supuesta? libertad y progresía.


Se metió en la piscina y nadó durante unos quince minutos. Después entró en casa y se sentó al piano. Molly y Anna no volverían hasta la mañana siguiente, pero no por ello se sentiría sola. Compartiría sus horas con Bach, Oblómov, Naomí Klein, Cassavetes...Recordó que el profesor, personaje interpretado maravillosamente por Burt Lancaster en Confidencias le decía la otra noche, en relación a las ventajas de las soledad, que cuando uno estaba con los hombres tenía que ocuparse de ellos mientras que cuando estaba solo podía ocuparse de sus obras. ¿Compartía realmente estas palabras? Después de comer, sentada frente al ordenador y mientras sus primeras horas de la mañana iban plasmándose en la pantalla sintió que una parte de su cuerpo se despertaba de nuevo y le decía: Cuidado, yo siento a veces vacío, a mí no me sirve Visconti ni Lessing ni siquiera Bach; y ella dejaba de escribir y dudaba. Y lentamente afloraba bien la melancolía bien una sensación de que su vida era un tanto cómoda y estéril.



6 de junio de 2008

Confianza. Pluscuamperfecto de futuro

Para Lucía



Cuando deje las sábanas, mañana,
pensaré que mi sueño de la noche
no ha sido sólo un sueño
y que lo que me aguarda no es la huraña
mañana de mañana.



Acogeré mi cuerpo esperanzado,
como un feliz presagio inmerecido,
y si hay un cuerpo al lado,
será maravilloso descubrirlo,

saber que las monedas que he pagado
(y las monedas con que me ha comprado)
han sido las monedas del amor,
que pagamos con gusto y por el gusto,

locos de amor los dos.


Y amar, esa mañana, extrañamente,
será la redención de nuestros actos
pasados y futuros,
y el hecho del amor, en su presente,
será como la historia sin la historia,
un cuento que contamos con los cuerpos
y que tiene sentido,
lleno de ruido y furia compartidos.



Y si despierto solo,
despertaré contento de estar solo,
por la simple razón de estar conmigo,
que soy el viejo amigo
de algunos buenos ratos que he vivido.



Se inundará la casa con el sol,
y si no hay sol se inundará de gris,
un gris reconfortante, de París,
que es la ciudad que tiene un gris más sol.



Haré mis abluciones matinales
y haré la colación,
y respecto al milagro
de que los alimentos alimenten
haré una reflexión
profunda, sorprendente, que alimente
las estancias del alma y que dé calma
a un alma que ama la contemplación.



Para el resto del día tendré planes
y hasta tendré esperanzas,
que ya es tener bastante un mismo día,
y en un claro derroche de energía
tendré la convicción de que los planes
y hasta las esperanzas
no son la más completa tontería.



Naceré a mi ciudad,
como si fuese la primera vez
que nazco y que la veo,
contento de nacer y de fundar,
igual que un gran viajero, mi ciudad,
quizá un lugar tranquilo junto al mar,
donde esperar consiste en encontrar
una buena razón para esperar
el paso de los días.



Ya la ciudadanía,
que, comúnmente, es una porquería,
una viciosa tropa indiferente,
habré de comprenderla, y, comprendiéndola,
comprenderé toda su indiferencia,
su desprecio, porque tendré conciencia
de que quien más quien menos (y me incluyo)
tiene una innoble historia que contar,
lo cual, si no inocentes,
nos vuelve dignos de algo de piedad.



Seré un huésped del tiempo, un invitado
que aspira a estar contento y al cuidado
de las horas, hasta lograr que el tiempo
sea por fin mi líquido elemento,
y no un andén desierto en que aguardar
trenes de paso hacia ningún lugar,
cansado, el pensamiento, de sentir,
y de pensar, cansado el sentimiento.



Toda la peor vida de la vida,
que a veces es la única que ocurre,
le habrá ocurrido a un yo que no conozco,
un yo que a fuerza de desconocido
convierte en no vivido lo vivido,
y el yo que reconozco, el que comparte
la vida preferida
(ésa que ha estado siempre en otra parte)
sera mi yo más mío.



Y la vida que venga será fácil,
o lo parecerá (que más me da)
será la dulce vida,
y por dulzura y por facilidad
será una eternidad mientras me dura,
aunque sólo me dure un día más.



Por eso, más que un día,
mi día de mañana es el proyecto
de un tiempo por llegar:
es el pluscuamperfecto de futuro.

Ya sólo hay que aprenderlo a conjugar.

Carlos Marzal


24 de mayo de 2008

Blanco


En la pantalla del monitor, una habitación con elementos geométricos blancos sobre suelo blanco y ante paredes blancas. Están muy cerca unos de otros, apenas se puede pasar entre ellos. Círculos, semicírculos, cuadrados sostenidos por bloques compactos. Un hombre, vestido todo él de blanco, se levanta de uno de los módulos, cuya forma cóncava le acoge por entero, y va acercándose sucesivamente a los demás simulando mear, lavarse, reposar, dormir. El vídeo dura sólo unos minutos. Al final, el hombre vuelve a tumbarse en el mismo sitio del que se había levantado al principio de la proyección. La Propuesta de viviendaViaje por el scriptorium. de Absalon me produce agobio, claustrofobia; y es el blanco la causa de ello. No hay resquicios de color por donde huir del encierro, de esa especie de cárcel que es la habitación. El minimalismo aplicado a la vida cotidiana. La soledad, el encierro, el miedo al exterior. Me recuerda la habitación de Mr. Blank en la novela de Auster Viajes por el scriptorium.


Y unos días después, leyendo el programa de mano del Concierto para piano, trompeta y orquesta de cuerdas de Shostakovich, y tras un par de conversaciones sobre algunas noticias que estos días ocupan la prensa, me doy cuenta de que también los periódicos son blancos, a pesar de sus caracteres aparentemente negros. No hay contraste. Velan, cuando no ciegan, las ideas limpias y personales que podrían sugerirnos los hechos y nos encarrilan por una senda en la que en un principio nos dejamos llevar hasta que somos nosotros mismos los que no queremos apartarnos de ella. Ya no nos clasifica la sociedad, los otros; nosotros mismos nos metemos en el blanco cajón correspondiente, en el que nos sentimos más cómodos, en el que no es necesario dar demasiadas vueltas a los asuntos y que nos permite mantener unos principios por los que nos reconocerán los otros; también ellos cómodamente desde su blanca butaca de abono.


Sólo unas minorías intentan dar unas pinceladas del color conseguido en su propia paleta y salir del blanco que nos envuelve. Unas minorías que no cuentan, no son representativas, dicen. Shostakovich, que no defendía el totalitarismo, consideraba la democracia como el reino de los mediocres. Han pasado bastantes años y bastantes cosas desde entonces, puede que esta democracia y esta sociedad que formamos pueda ir tiñéndose poco a poco de color. Las ideas para ello existen, falta que haya ganas y que nos atrevamos a romper con lo que defendíamos hace años y en otras circunstancias, con la pereza mental, con el miedo y con la comodidad; juntos y de uno en uno; en lo social y político y en la vida cotidiana.


11 de abril de 2008

Por la mañana

Deqen, China



Me acabo de dar un paseo hasta los olivos como complemento a un pequeño recorrido de esta mañana por la parcela. A menudo se me plantean alguna duda acerca de mi andadura hacia una mayor autonomía. Muchas veces me he preguntado ¿qué haría si estuviera sola? Siempre me sirvió para avanzar un poco más en esa búsqueda y ejercicio de una libertad personal, no sólo sobre lo que quiero hacer sino, más importante, sobre lo que siento, pienso o necesito.
A veces me muevo en un terreno poco llano, con pequeños obstáculos como si mi camino estuviera salpicado de hierbas pegajosas de esas que se te pegan a las zapatillas, algún que otro cardo o simplemente irregularidades que hacen que el paso no sea firme ni constante.



"No digáis que la vida es un festín alegre,
lo dice un alma tonta o bien un alma baja
No digáis sobre todo: es desdicha sin fin;
Lo dice un alma débil que temprano se cansa.
Reíd como las ramas en primavera se agitan,
llorad como los vientos o la ola en la playa,
el placer y el dolor padeced y gozad; y decid:
Es mucho todo esto y es la sombra de un sueño."
Jean Moréas

Puede que sea un buen momento para estar atenta a averiguar qué es lo que quiero, o mejor dicho lo que voy queriendo, que no soy un trozo de piedra para querer
siempre lo mismo.
Sí, es un buen momento para mirarme y escucharme, sin prisas, sin distracciones laborales. Para sentirme cada vez más libre al elegir y continuar desterrando pequeños remordimientos de conciencia, ataduras heredadas de un ambiente y una educación, algún que otro complejo (curiosa palabra, cuando en realidad cada uno somos un ser complejo)...

Ya veis, esto no tiene edad. Camino de los sesenta y planteándome la vida. Me alegro, signo de lucidez; buen ejemplo el de Godard, Oliveira y tantos otros que siguen interrogándose y ayudándonos a que nos interroguemos nosotros.

Hace unos días vi por segunda vez La bella y la bestia, de Cocteau. ¡Qué delicia! Cuando terminó comprobé si se estaba grabando Big Fish y, simplemente, el sonido y el color me abofetearon, no por la calidad que pudiera haber o no en ella, aún no la he visto, sino por la pérdida del misterio y la poesía que transmitía la película de Cocteau.

Mirarnos y escucharnos, y a partir de ahí dejarnos libres para percibir, sentir, pensar, hacer.

Karakoram, Pakistán



Panamá