27 de agosto de 2007

Giraluna




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Zanzibar, 27 de agosto
Cuando salí de casa en julio camino de África mi macuto estaba lleno de música; no es una imagen; aunque también ¿por qué no?

Hoy mi música se reduce a unos cuantas canciones de Aute y Sabina, los temas principales de Casablanca y Gilda que tienen tanto significado para mí, María Callas, Mayte Martín con Tete Montoliú y poco más. Un virus tanzano se encaprichó de Iberia, algo totalmente comprensible. Un cuarteto de Beethoven, una antología de flamenco, algo de Bartok... se sacrificaron en aras de la seguridad de unas cuantas carpetas de fotografías, y el artista del robo que corrió con mi macuto en la oscuridad de Blantyre se llevó como premio dos DVDs llenitos de notas de piano, tambores africanos, orquestas, voces bien templadas como la de Teresa Berganza, dulces como la de Kiri Te Kanawa, humildes boleros y todo un repertorio de música clásica del siglo XX que yo pensaba escuchar mientras leía La música y lo inefable de Vladimir Jankelevitch, libro que también voló esa noche en Blantyre.

“Escogió la música para adecuarse a su estado” dice Doris Lessing en su novela De nuevo, el amor. Muchas veces he depositado mi tristeza, mis recuerdos, mi ternura en la música. Y así, se ha comportado conmigo como ese amigo que permanece a nuestro lado y nos acompaña en silencio; sí, en silencio porque sus notas, la letra que en ocasiones la acompaña sólo suenan dentro de mí.

También la alegría, y entonces mi voz y la suya suenan al unísono y se oyen por toda la casa.

La música me comprende o, cuando menos me ofrece un descanso, es una buena amiga.

También es cierto que a veces la utilizo en exceso y se convierte en un blando colchón donde me puedo sentir tan calentita y acogida como para no salir al exterior y terminar embelesándome con mi tristeza o mi nostalgia.



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Mi intención cuando compré La música y lo inefable era acercarme más a la música clásica a partir de los años treinta, cuarenta del pasado siglo buscando una amistad más amplia, no sólo para compartir sentimientos sino también para dialogar y para ver juntas el paisaje, los colores, este mundo nuestro. El artista de Blantyre me ha obligado a posponer el encuentro y ahora sólo converso con Aute y Sabina, maduritos enamoradizos como yo; y de esta manera prefiero, con toda seguridad, el abismo antes que más de lo mismo, sueño giralunas, recuerdo los tres mosqueteros, la mesa camilla que había en la casa de mis padres, el portal donde un enamorado de diez años me declaró su amor; reconozco mis cada vez mayores dudas y mis contradicciones: ni sí ni no, ni lucha de contrarios, esto es como es... y puede que por ello necesite con frecuencia un abrazo que me ayude a mantener la ilusión, sentir lo hermoso de buscar, encontrar y abrazar un cuerpo y, porque siento nostalgia de lo que no viví en un pasado excesivamente protegido, recorrer con Sabina calles, bares, carreteras...


Y según escribo esto me doy cuenta de que vuelvo a casa dentro de muy poquitos días con mi macuto de nuevo lleno de música, de tierna nostalgia por lo que dejo, de ilusión por lo que hallaré.




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