12 de julio de 2007

La voz de los ancestros

Plettenberg Bay, 12 de julio



Plettemberg Bay


Días sumamente tranquilos estos que pasamos en Plettenberg Bay, una pequeña ciudad de vacaciones de playa. Es invierno y hace viento, fresco, llueve un poco. Muchos restaurantes, tiendas de deporte, cafés, supermercados.
Sudáfrica no tiene nada que ver con la idea que tenemos de África en occidente. Partimos casi siempre de una visión del continente como una entidad de una misma cultura, raza, historia, arte, costumbres... lo que no nos sucede con el resto del mundo: tenemos claro que los chinos, los indios, los iraníes comparten raíces pero son diferentes física y culturalmente, que la historia de Finlandia ha corrido unos caminos diversos a la de España, que hay una pintura flamenca y otra italiana, un cine sueco y un cine francés, etc. Se nos olvida que África es extensa, que sus regiones han estado aisladas durante mucho tiempo y que fueron colonizadas por países que llevaron una política distinta unos de otros siendo por tanto su influencia también diferente... en fin, una visión un tanto simple la nuestra.
Cuando volví de Malí y Senegal alababa la belleza de los habitantes de estos países, esos negros fuertes, robustos, pero de facciones dulces y agradables. En Sudáfrica es otra cosa, su rostro y su cuerpo son menos reveladores, transmiten menos fuerza. La alegría, el ritmo que desbordaban los niños y las mujeres y hombres de toda edad en Malí y en Senegal no existen aquí en el mismo grado.



Birago Diop, poeta de Senegal:

Escucha con más frecuencia
las cosas que a los seres.
La voz del fuego se escucha,
escucha la voz del agua.
Escucha en el viento
al zarzal sollozando:
es el aliento de los ancestros.
(fragmento de Souffles)

Los ancestros, los muertos, que dice Diop: Los que han muerto nunca se marcharon; los muertos no están muertos.
Perviven en nosotros a través de los actos cotidianos, de sus enseñanzas, de sus influencias, de la historia.


A nivel colectivo. En el caso de África la evolución de su población indígena ha sido brusca y cercana en el tiempo. Su arte, su poesía está impregnada de un pasado ancestral pero también del ayer más cercano, un ayer duro, muy duro, como tantas veces en tantos países sometidos al primer mundo.




A nivel personal. Yo también tengo mis muertos, mis ancestros. Aquellos que tienen nombre propio y los que viven en mi interior. Estos son los más difíciles de escuchar porque apenas puede intervenir en ello la razón y el propósito. Tampoco es fácil rehacer su historia. Los hay agradables y los hay molestos, pero cuando se hacen presentes un hálito de ternura los acoge, al fin y al cabo somos nosotros mismos. Forman un revoltijo que sólo se aclara un poco cuando se escucha la voz del fuego, la voz del agua, el sollozo del zarzal, voces todas ellas muy tenues a las que hay que atender en la quietud, mientras se mira a las musarañas.


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