18 de julio de 2007

Da miedo

Cudad del Cabo, 18 de julio


Ciudad del Cabo desde la Table Mountain


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Mañana marcho de Sudáfrica y lo hago sin tener una idea clara de la situación social de este país.
Los blancos y los negros mantienen una separación bastante clara entre ellos y, con la excepción de Ciudad del Cabo, donde parece existir una clase media negra más abundante, hay grandes diferencias económicas y sociales entre ambos.
Parece un país austero, no hay grandes superficies comerciales, ni llamativos centros de ocio, pero el tipo de vida se parece bastante, al menos entre la población blanca, al occidental. Sin embargo el precio de las cosas más necesarias es mucho más bajo que en occidente.
Puede que la influencia protestante y más en concreto la calvinista hayan tenido su parte en la austeridad a la que hacía referencia antes. Y hablando de religión... hace un momento, por debajo de nuestra ventana, pasaba una manifestación de hombres y mujeres musulmanes (estas últimas con pañuelo, pero vestidas al estilo occidental) que portaban carteles contra las drogas, el alcohol, pidiendo la legalización de la pena de muerte y una pancarta que decía "África musulmana". ¿Es posible que el radicalismo se esté extendiendo hasta estos países que no han tenido una historia reciente marcada por el Islam?
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Da miedo. Las personas seguimos con nuestra vida habitual, comentando estas cosas mientras nos tomamos un café tranquilamente y de repente todo cambia: un golpe de estado inicia una guerra civil, Estados Unidos bombardea Irak, los servios y los bosnios que vivían apaciblemente puerta con puerta se matan entre ellos. Así la perplejidad que sentí ante la violencia cotidiana en la guerra de los Balcanes recordando mi viaje por esa península no muchos años antes. ¿Qué es lo que sucede dentro de nosotros?
En dos días nos transformamos, dejamos de ser los vecinos que cruzábamos un saludo al entrar en el supermercado, que hacíamos cola uno junto a otro para ver una película o un partido de fútbol.

Ciudad del Cabo

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Tal vez nos han dado los medios, las razones para que estallen en nosotros los rencores, los desequilibrios, la falta de paz que andaban agazapados en nuestro interior cuando nos creíamos que nuestra vida era la adecuada, la que nosotros queríamos; en el fondo está la carencia de la lucha por una existencia propia, íntimamente nuestra, satisfactoria en el sentido de superación personal. Ya, ya sé que hay problemas sociales, de desigualdades, de injusticias... pero no creo que las personas que pedían la pena de muerte y la instauración de un África musulmana partan de ese convencimiento, más bien es un conocimiento superficial (el juicio consciente es otra cosa y tiene diferentes consecuencias) de la existencia de esas injusticias el que adoba las razones personales de igual modo que sucede en nuestro país a las personas que rechazan de plano a los inmigrantes y así a estos conciudadanos nuestros no les preocupa en el fondo la supuesta injusticia que comete el Estado permitiendo que los extraños compartan los beneficios del propio país, su problema es un problema personal, de planteamiento de su propia vida. El mundo no cambia si las personas que habitamos en él no lo hacemos. La satisfacción íntima con el camino que vamos trazando en nuestra propia vida ayudaría en mucho a la tolerancia, la comprensión y el respeto a las opciones de los otros. Y hay innumerables veces que esa satisfacción no es más que un espejismo inconsistente que puede esfumarse con suma facilidad.

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Hace menos de dos décadas que éste país consiguió borrar de la legislación la inhumana situación de una mayoría de la población, ahora, antes de que esa desigualdad haya podido desaparecer significativamente de la vida diaria de sus habitantes ya hay otros defendiendo la supremacía de una parte sobre otra. Realmente aprendemos muy poco.

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