3 de julio de 2016

Fin de viaje ¿Y ahora...?

El Chorrillo, 3 de julio de 2016 

Hace quince días que volvimos a casa. Quince días de poner a punto la casa y la parcela. Quince días de retomar El Chorillo y de sentirme a gusto trabajando sin prisa, sin proyectos, tranquilamente como pocas veces o quizá nunca había estado. Atrás quedaba un año de viaje, las últimas fotos que hice en la Sagrada Familia de Barcelona, aún sin revisar y que se juntaron con las que tomé en el acto final de campaña de Unidos Podemos. La triste sorpresa de la falsa expectativa de los resultados de las elecciones, el alejamiento total del grupo de Podemos del pueblo, fui a votar y allí estaba el apoderado de UP, un hombre de Madrid que había ido porque faltaba gente del pueblo que estuviera cumpliendo esa función en la mesa de las elecciones. Esto acabó por hacerme sentir lejos, fuera de allí. Un día para quizá volver a votar dentro de cuatro años, no más contacto con el pueblo tras haber trabajado en común para formar un Círculo, para crear un Cambiemos que fue fundamental para echar al PP a la oposición y formar un nuevo gobierno que parece funcionar. Nada me atrae ya.

Y esta noche... Echo de menos viajar, viajar por España, pasear por ejemplo en las rías gallegas, atravesar pueblos, tener mis ratos propios para hacer lo que me gusta recogida en una furgoneta que al día siguiente nos llevaría a otro lugar, una montaña, el mar, un aperitivo en una ciudad... Pero también querría volver a salir a Madrid, retomar su ambiente cultural, pasear por el Retiro, por el Paseo del Prado, por Huertas, tomarme una cerveza en Santa Ana, ir al cine, a un concierto y al día siguiente volver a casa y leer y escuchar música y ver una película y disfrutar de una ópera y quizá volver a tocar el piano y a lo mejor dibujar o seguir escribiendo o... yo qué sé, tantas cosas que llenaban mi vida cotidiana antes de pasar un año vagabundeando por el mundo. El día siguiente a las elecciones tenía claro, lo dije, hay que volver a la calle, pero no fui capaz de molestarme en acudir a un desahucio a Alcorcón. A pesar de ello sigo pensando lo mismo, y me gustaría poder dividirme y estar en Galicia y en mi casa de El Chorrillo y en Madrid y exigir en una manifestación que esa panda de ineptos y sinvergüenzas desaparezcan de nuestras vidas. Estoy de nuevo en tierra de nadie.

   
        
                
    
    
    
   
   
  

   
 

 
   
           

 

 

    
 

 



 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 


 

 

 

 

 

 


15 de junio de 2016

En tierra de nadie. De Bangkok a Helsinki

En el avión entre Bangkok y Helsinki,  15 de junio de 2016


Llevo algo menos de veinticuatro horas en tierra de nadie.

Chiang Ray, las dos de la madrugada. Terminamos de buscar vuelos, alquiler de coche, hotel en Barcelona, un Decathlon para comprar unos aislantes y quizá unos sacos que sustituyan al hotel demasiado caro para lo que estamos acostumbrados desde hace más de un año. Hemos decidido volver con tanto ahínco que a pesar de nuestras cuentas monetarias decidimos perder el vuelo a Birmania ya comprado y el visado por el que volamos hace días a Vientian. Volver a Europa, España probablemente. Lo que nos llega de información sobre Birmania no nos gusta. Represión, encarcelamientos, esperábamos con una cierta ilusión entrar en Birmania después de las elecciones en que Aung San Suu Kyi salió vencedora. No me atrevo a opinar, me falta información, pero las cosas no están tan claras respecto al cambio en Birmania como nos parecía. De momento, la ilusión ha disminuido. Por otra parte, parece que la nueva demanda de turismo mayor que la oferta está llevando a los birmanos a dar los primeros pasos para convertirse en perseguidores y sacadólares de turistas, algo comprensible por otra parte dada la historia y la situación de esta población. Vamos, que entre lo anterior y la saturación de templos, pagodas, estupas, selva, arroz... no nos queda más remedio, al menos a mí, hablaré en singular, que reconocerme española en cuanto a hábitos gastronómicos, europea en cuanto a cultura y occidental en cuanto a costumbres cotidianas. Dicho lo anterior, la contradicción viene de que me siento, ahora en tierra de nadiel, ya lo he dicho, pero cotidianamente como eso que suena por ahí, quizá algo cargado de pedantería que es ser ciudadana del mundo. No, me corrijo, de ciudadana nada, habitante de este planeta en el que he caído (por cierto que últimamente me acuerdo bastante de mi madre, esta mañana sin ir más lejos, en el aeropuerto, hacia la puerta de embarque, caminaba delante de mí una anciana thai pequeñita, con una corta melena como la que tenía mi madre y una forma de andar igualita, apoyándose en uno y otro pie mientras su cuerpo se balanceaba ligeramente; una pequeña intriga esto de los sentimientos hacia mi madre antes y después de su muerte), decía que habitante de este planeta en el que ya veo los rostros de mujeres y hombres pertenecientes a otras razas como los de los europeos, en el que cruzo con la misma normalidad una calle con el semáforo en verde que otra atestada de motos y coches que tengo que sortear, en el que me apetece la comida y la bebida del país en el que estoy (ya, ya sé, más contradicción al canto), sea Camboya o el avión finlandés en el que volamos ahora y en el que me he bebido dos vasos de red wine que me han sabido a gloria después de algo más de un año de cerveza o lemon juice, bien rico por otra parte. Me estoy oliendo que lo de los dos vasos y medio de vino tiene que ver con esta soltura con la que escribo. De hecho tengo que releer porque ya no recuerdo de qué hablaba en un principio.

Bien, pues eso, que volvemos y me encuentro en tierra de nadie que viene a ser los mismo que en tierra de todo. Ningún proyecto de visitar un lugar más o menos concreto, ni de viajar por..., ni tampoco de volver a casa, a El Chorrillo, con mis Bartola y Peluca y mi Gazucha.
Vuelo hacia Barcelona sólo con mi bagaje de lecturas, Quiroga esperando, Trías y Haydn, las religiones orientales, Montaigne casi olvidado últimamente, etc. etc. y... nada más. Ni idea de qué haremos en los próximos días ni en el próximo año.

Las fotos de hoy son pinturas de aborígenes australianos en las que reproducen, a través de la personalidad propia de cada uno, los caminos trazados mediante historias cantadas por sus ancestros y los círculos que daban el nombre a cada clan, los lugares sagrados de origen de sus antepasados, las relaciones entre parientes o entre clanes distintos.

Al fin y al cabo otra forma de viajar.










13 de junio de 2016

De paso por Tailandia

Chiang Ray, Tailandia, 13 de junio de 2016 


Viajar en barco es tan placentero como hacerlo en tren. En esta ocasión la lentitud, la comodidad de los asientos y las mesas, el zumbido de los motores y el silencio o las conversaciones en voz baja lo hacen aún más agradable.

A ambos lados del río el paisaje selvático apenas deja ver las chozas y pequeños poblados dispersos. Rocas volcánicas asoman por la ocre superficie del agua que corre con fuerza.

Paso buena parte del viaje leyendo Las cartas de Birmania, de Orwell. Pensé que me aportaría algo sobre este país en el que aterrizaremos en unos días. De momento no es así, los ingleses son estúpidos y crueles, las inglesas interesadas y torpes, los nativos se colocan en los dos extremos y el protagonista no es ni chicha ni limoná. Vamos que estoy a punto de abandonar su lectura. Leí a gusto1984, no por su calidad literaria, bastante pobre, sino por la bien creada visión de un futuro tan real ahora como en épocas pasadas y quizá, pongamos una vela a..., en el futuro. En Las cartas de Birmania todo es plano y carente de interés.

Cierro el libro y me voy a escuchar a Haydn al que estoy siguiendo a través de El canto de la sirena, de Trías. Es la alegre e incluso divertida la sinfonía 101, nombrada con el título de El reloj por el ritmo similar al de un reloj que caracteriza el segundo movimiento y compuesta cuando ya era un compositor libre que no dependía de la familia Esterhazy. Un humor, el de Haydn, y que también se encuentra en composiciones de Mozart, que es difícil encontrar más adelante entre los románticos.
Dormimos en Pakben, un pequeño pueblo a orillas del Mekong y al día siguiente cogemos otro barco hasta Huay Xai en la frontera con Tailandia.

El paisaje ha variado un poco. Los verdes son más luminosos, las colinas tienen menos altura, hay más poblados y el río lleva algo menos de agua y es más estrecho, lo que hace que de vez en cuando se oiga el roce de la quilla con las rocas del fondo.

Los pasajeros occidentales, mayoría en el barco somos los mismos que en el trayecto entre Luang Prabang y Pakben. La tailandesa, pareja de un occidental de sonrisa suave, ya no está enfadada y luce mucho más guapa; pasó las más de nueve horas del trayecto anterior de espaldas a su chico, con la cara tapada durante casi todo el viaje y ajena a los intentos de acercamiento de él; de vez en cuando la mitad superior de su rostro aparecía bajo su bonito sombrero de paja tras el respaldo del asiento con una expresión mezcla de enfado y tristeza. Dos franceses trabajan haciendo pulseras que venderán después en algún lugar de Tailandia. El resto, una pareja de mujeres francesas, otra de dos hermanos alemanes, un corpulento australiano algo más joven que nosotros, un inglés delgadito cuya cabeza roza con el techo del barco y dos parejas enamoradísimas e inseparables. Me encantaría tener retratos de todos como sucedió en Halong Bay pero no me atrevo.

En Huay Xai una camioneta nos lleva junto con el australiano y el inglés hasta la frontera, se está haciendo  noche y ya en Tailandia, cogemos entre los cuatro un taxi a Chiang Ray.

Pasamos la mañana en el hotel. Sospecho que este viaje está dando sus últimos coletazos. El trayecto por el río fue la excepción a varios días de alejamiento del espíritu del viaje. Cansancio de la repetición de paisajes y ambientes, del ceño fruncido y carácter hosco de los laosianos, de la búsqueda de dinero fácil y las broncas con los empleados de agencias y taxistas de Vietnam. Cada vez pasamos más horas en los hoteles sumergidos en nuestras lecturas y nuestros hábitos cotidianos. En las fotos que hago la búsqueda de imágenes bellas u originales casi desaparece. Si Birmania no nos cambia el ánimo el regreso se puede adelantar. Echo de menos la variedad del paisaje español y europeo, las posibilidades de disfrutar de un concierto, una exposición, una obra de teatro o de alguna conferencia interesante. Pese a ello me siento a gusto en el día a día, pero no sé si es suficiente para alargar el viaje hasta mediados o finales de agosto.